sábado, 4 de abril de 2020

Había que frenar

Mientras vemos
en el salón
conciertos en directo
por plataformas
de streaming
llegamos a la 
misma conclusión:
_Había que frenar_

Nuestro hijo y gato
comparten sillón
haciendo de público
mirando a través 
de la ventana
un escenario
sin actores ni actrices.
Un atrezo inmóvil
con un juego de luces
regulado por el sol y la luna.
Las nubes,
mucho menos corruptas que antes,
hacen y deshacen
a su antojo
lo que tiene o debe
recibir la tierra.
El viento golpea
las fachadas
siendo el protagonista principal
que de vez en cuando
se ve emborronado
por algún ladrido de perro
que no entiende
por qué sus paseos son más cortos.
Había que frenar
para ver lo verde crecer
y para sentir 
cómo decrecen 
nuestros ritmos.
Ritmos frenéticos
que no permiten ver
lo que nos hace grandes.
Había que frenar
para pararse a escuchar
el pájaro dentro 
de la campana de la cocina,
para acariciar 
como hacía años 
que no lo hacías,
para trabajar,
incluso,
con otro enfoque
que jamás te habías
imaginado.
Ahora disfrutamos
de sesiones de observación
sin interferencias
ni excusas ajenas
más que las que se
quiera poner un@ mism@,
leemos estrofas
que habíamos dejado
por imposibles,
hidratamos la piel
con productos
que nada tienen que ver
con la cosmética.

Una posible lección,
si hacemos acuse de recibo,
para frenar de lleno,
dejar el coche paralizado
y que se quede sin batería
hasta nuevo aviso.

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