nos acostamos.
A los diez minutos
se desata la tormenta
poniendo bravo el mar.
Le toca a Mamá acompañarte.
Yo me desvelo
y me preparo un cigarro.
Me lo fumo mientras
reviso mensajes.
Mis mejores amigos
se están dando las
buenas noches
pasadas las 22.00 horas.
Uno de ellos
lleva dos botellas de vino;
la primera se la tomó
a modo de aperitivo
a las 20.00 de la tarde
visitando Suiza;
la segunda
con un amigo poeta
que le ofreció escribir
el prólogo de su segundo libro.
Así estábamos, desatados.
Cada uno con lo suyo,
como siempre,
pero poniéndolo
de manifiesto
para que los cordones
se mantengan unidos
pese a la distancia
y los días que nos separan.
Porque estamos borrachos
de vernos y hacemos
de la realidad una ficción
un poco más amable.
Qué presión cuando se trata
de contentar a alguien
que nos importa
sin darnos cuenta
que ese alguien que nos importa
no le importa que le contentemos
sino que estemos, y punto.
Acabo el piti
y me acuesto sin sueño
ni remordimientos.
Por supuesto no concilio
porque además mi gato
se pone a jugar en el salón
con una tapón de botella
comos si fuera un
elefante desfilando.
Me levanto de nuevo,
aprovecho para cagarme en dios
y reñir al felino.
Escondo el tapón
y me vuelvo a acostar.
Solo.
Solo conmigo mismo.
Me pongo a pensar
que puedo sacar de todo esto.
Este es el resultado.
_A Hakam, a su prólogo
por si sirviera de inspiración
y especialmente
por si sirviera de inspiración
y especialmente
al libro que nunca publicaré_
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