Él sabe bien cuando
es el momento de dormir.
Empieza un juego
de idas y venidas,
de corre que te pillo
y de excusas divertidas
para retrasar
la hora del sueño.
Un beso a Mamá,
buscamos el chupete,
a veces un cuento,
unos saltitos en la cama,
algún que otro grito
y a tumbar.
Su ritual de movimiento
va de más a menos,
perfectamente acompasado
con su respiración agitada
y mi nana desafinada.
Un contoneo
de izquierda a derecha,
boca arriba, boca abajo,
que si se sienta,
que si se levanta,
poniéndote la mejilla
para que le beses
mil veces,
y a eso,
no se le dice que no.
Le empieza a pesar
el cuerpo
y el trajín se hace más leve,
coincidiendo con
el tarareo de la nana,
ya sin letra.
Comienza la sesión
de bucles en su pelo
enredando los dedos,
rizando el rizo
con las dos manos.
Caricias en la espalda,
golpecitos en el culo
y te sumas
al tintineo de su pelo,
es lo que más le gusta.
Cuando llega esa
mezcla de ronquidos
con mocos en el pecho
quiere decir
que pronto exhalará
ese suspiro
que marca
el principio de los sueños.
El ruido del chupete
al succionar
indica
que el acompañamiento
ha sido un éxito,
incluso con la luz apagada,
meto la mano en el fuego
y no me quemo,
saliendo de puntillas
de la habitación
y entornando la puerta,
sabiendo que está dormido,
no sabemos cuánto,
pero eso ya es otro tema.
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