domingo, 27 de febrero de 2022

Tengo la sentencia dada

"Si todo el mundo lo sabe
desde el día en que nací,
tengo la sentencia dada,
desde el día en que nací"

Se levanta
a las 05.20
y rompe aguas.
Se cuela la luz del baño 
por la habitación,
me despierto,
me lo cuenta,
y me da un vuelco el corazón.
Semana 40+2
creyendo que no iba
a llegar nunca.
A las 05.30
se levanta el cachorro.
Le digo que tiene
que tiene que volver
a acostarse.
Lo hace y se duerme
con la puerta cerrada
porque va a empezar
el festival pirotécnico.
Comienzan las primeras
valoraciones sin atisbo 
de contracciones.
Avisamos a nuestr@s
referentes y concertamos
las horas.
Desechamos la idea
de ir al trabajo
porque lo que parecía
inminente se hace presente.
Las mochilas de enseres
llevan varias semanas
preparadas,
sólo habría que colgárselas
al hombro y salir pitando.
Se registran 
los primeros terremotos,
de momento suaves
y alejados de cualquier
epicentro.
Los siente
y juega con la posibilidad
del balanceo, del equibrio,
de la simbiosis.
Ya habían llegado
los primeros mensajes
de felicitación,
sólo que el motivo
era bien distinto
a lo que nos ocupaba.
El cachorro se levanta
definitivamente
a las 06.30.
Le pregunta a su mamá
si se ve sus propios pies,
y resulta que mamá
ya no se ve los pies.
Eso quería decir
que Gala estaba en camino,
lo aprendimos de un cuento.
Entiende que lo de 
ser hermano mayor
va a ser una realidad física.
Como cuánticos son
los sonidos que surgen
del cuerpo de mamá,
desde su garganta más primaria
y su estómago más primitivo.
Bajo a la perrilla.
Se da una ducha caliente
para intentar aliviar
un poquito
la rotura de placas
debido al seísmo.
Adelantamos la hora
porque ya sabéis
que somos 
más que puntuales.
Enzito se toma
su último Bibi
con el estado
de hijo único
mientras mamá
 en la habitación
baila todo su cuerpo
con vocales abiertas
y movimientos preparatorios.
Eso asustaría a cualquiera
que no lo haya vivido antes,
pero era su segundo espectáculo,
y nos sabíamos la coreografía
de memoria.
El que no se la sabía
era Enzo,
que acudía al show
entre curioso e inquieto
y algo asustado
por el crescendo
de mamá.
Así que allí,
al borde de la cama
que nos pusimos todas
a imitar la danza del advenimiento.
Mamá era Max,
el monstruo más monstruo de todos,
y nosotros éramos
los monstruos
que imitábanos sus 
juegos comunitarios.
Aaaaaaaaaaaaaa,
Ooooooooooooo,
haciendo círculos
con la cadera
y las piernas flexionadas
mientras encorbábamos
la espalda
en ángulo recto
para saludar al suelo
que hace crecer la tierra.
Pero las contracciones
eran demasiado fuertes
como para seguir jugando,
así que cogimos
nuestro barco particular
para navegar entre
el día y la noche
mientras atravesábamos
las semanas y los meses
hasta llegar 
al mismo amanecer
de nuestra casa,
La Mariana,
donde nuestra luna nueva
nos estaba esperando...
...caliente.
Era hora de irse.

La tía Esther
se quedó con Enzo
porque se tenían 
que ir al cole
para divulgar
la fantástica noticia.
El abuelo Pedro
nos llevaba en coche.
Contracción de las duras
antes de bajar las escaleras
y luego al salir del portal
junto a la marquesina,
donde no fueron
pocas las vecinas
que se asomaron
ante los gritos.
A su manera,
se estaban despidiendo
dándonos el último ánimo
que nos habían dado
meses atrás.
Mi viejo esquivaba 
los vehículos
como quien corre por un andén
sin tocar a nadie.
Ella iba detrás,
a cuatro patas
mirando por la luna trasera
y sin cinturón de seguridad.
Las contracciones eran descomunales.
Los alaridos de la fiera
hubieran curado
hasta al ser más malo
del planeta.
Atravesábamos la M-23
a duras penas.
Al salir del túnel
nos metimos por 
el carril Bus,
haciendo de la multa
un atajo necesario.
Pero hacia al final
del carril había atasco.
El de al lado se despejó.
Así que mientras sacaba
medio cuerpo fuera
de la ventanilla
con un pañuelo blanco,
mi padre saltó la mediana
mientras los coches aledaños
se hicieron eco
de la situación.
Llegadas a este punto
nos la sudaba todo.
Aparcamos en Urgencias.
Se quedan en el coche
como si fuera
una cueva de rituales sagrados.
Voy a dar los datos
en admisión
con determinación
despejando toda duda
de la significacia del momento.
Había mucha gente,
pero yo no vi a nadie.
Solicitan camilla
pero ella entra aguerrida
por la puertas automáticas,
se tira al suelo
para rugir y avisar
que está preparada.
No había entrado
al box y ya estaba
medio desnuda.
+ "¡Deprisa!". Repetía cansina
una auxiliar.
- Qué ya vamos,
¿no ve cómo venimos?
No volvió a repetirlo.
Dilatada de 8 (¿OCHO?)
¡VÁMONOS!
Los deseos de epidurales
se fueron al garete.
Lo asumió
en dos segundos
y nos metieron
en el paritorio número 8,
por eso de las coincidencias.
Laura la matrona,
Naiara la residente
y Milagros la auxiliar.
Ellas fueron quienes
asistieron el parto,
ni una más
y ni una menos.
No hubo pollas
de despacho,
sólo la mía,
encogida y contraída
para ponerme a la altura,
a la debida altura.
- ¿Os doy el plan de parto?
+ Lo siento no hay tiempo.
- Vale, tenemos líneas rojas,
para eso sí que hay tiempo.
Me escucharon
como quienes escuchan atentas
a alguien vulnerable.
Y esa fue su actitud
durante todo el acompañamiento.
De respeto y una profesionalidad
llena de habilidades sociales,
feminismo y humanidad.
Eran las 08.00
y estaba en una cama
intentando encontrar
la postura.
Se agarraba a cualquier cosa
y miraba al cielo
como pidiendo clemencia.
Las contracciones eran duras,
durísimas,
tanto que se me rompían
los huesos por dentro
de sentirla tan arraigada
a la nueva vida
que estaba por salir.
Le acompañaba
con mi voz simbólica
que parecía a veces
incapaz de hacerse notar.
Con mi mano derecha 
la sujetaba tan fuerte
como quién lucha a muerte
por no desprenderse
de algo a lo que ama.
Con la izquierda la abanicaba
o la mojaba la frente
mezclada con sudor y lágrimas.
Pude ver la cabecita,
pequeña y con mucho pelo,
dejándose llevar 
como la ola y la inercia de su mar.
Tenía tantas ganas de empujar
que no había punto de retorno
para que no sucediera
algo distinto
a lo que iba a suceder.
Eran las 08.41
y su cuerpo volaba 
en medio del paritorio
hasta caer,
dulce y suave
en la piel de su madre.
Ella,
la niña y yo,
rompimos en un llanto
que no estaba pactado
pero que nos unió
de por vida
por los restos.
Su hermnao mayor chuli
todavía no había llegado al cole.

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