La puta sexta ola.
Como en un mar
en que las olas
no se acaban.
Si a principios de año
íbamos por la segunda,
lo acabamos
previsiblemente
sin haber llegado al final.
Y no hay atisbos
de lo contrario.
Siguen poniendo el foco
en que somos
los máximos responsables.
La gente de a pie.
Los que todos
los putos días
salimos a la calle
para trabajar
un país defectuoso.
Aquí no hay
buenas soluciones
porque de momento
no hay solución posible.
Y mientras,
nos echamos la culpa
los unos a los otros,
nos confrontamos
como si fuéramos expertos
en la verdad.
Qué bien les ha venido
a algunos para
no tener que disimular
su miseria humana.
Pues yo quiero poder
seguir viviendo.
Y eso no quiere decir
que niegue nada
de lo que está sucediendo.
Quiere decir que,
con todas las precauciones
que estén en mi mano,
claro que voy a ver
a quien quiera
dejar verse,
a quien me de
el permiso necesario
para tocarle,
con mascarilla y distancia
por descontado,
pero juntas,
para no perdernos nunca.
Ya está bien
de restricciones populistas
para luego echar balones fuera.
Ya está bien de restricciones
descafeinadas
por miedo a las
consecuencias sociales,
para que luego
nos utilicéis
como chivos expiatorios.
Me cago en los putos
negacionistas,
pero también me cago
en los que apelan
al sentido común
después de ver
el telediario.
Que me tenéis
hasta los cojones
mientras no hacéis
nada por la salud
mental de vuestras sociedades.
Que sólo exigís
para luego dejarnos
en cunetas.
Que el fascismo
se extiende tan rápido
como el virus
y aquí nadie
trabaja en esa vacuna.
Quiero poder seguir viviendo
adaptándome a las nuevas
circunstancias
que ya no son tan nuevas.
Casi dos años se dice pronto.
Que quienes decían
que íbamos a salir mejores
deberían salir por la tele
pidiendo perdón.
Que quién decida
aislarse no me juzgue
por sacar a mi perra,
por ir al parque con mi hijo,
por ver a mi familia
aunque tenga que ser
con mascarilla.
Que yo no soy
tu enemigo
ni estoy haciendo
las cosas peor que tú.
Pero como quieras serlo,
te meto una hostia
que te reviento,
que tengo ganas
de jarana
por todo lo que
estamos soportando.
No te utilices
como ejemplo de nada
ni me utilices a mi
como mal ejemplo.
Hago cosas parecidas
a las tuyas
para que el posible
impacto siga reduciéndose.
Me vuelvo a cagar encima
de los putos negacionistas
para que entiendas
que el temita
me preocupa exactamente
igual que a ti.
Pero que tengo
que seguir cuidando
y quiero que me sigan
cuidando.
No sólo las de mi casa.
No sólo a las de mi casa.
Sino a todo un entorno
que llevo construyendo
desde hace más
de treinta años.
A ti no te afecta
la pandemia más
que a mi.
A ti no te importa
la pandemia
más que a mi.
Las posibles consecuencias
no son distintas
en lo que pueda
pasarte a ti
y en lo que pueda
pasarme a mi.
Sigo con la máxima de ser
inmensamente respetuoso
en todos los sentidos
y con todas las personas,
menos con los fachas,
pero eso ya es sabido.
Voy a ir a cenar
con mi familia
y seremos nosotras
quiénes pactemos
en qué condiciones
lo haremos.
Voy a ir al cine
a celebrar el cumpleaños
de mi hijo
porque resulta
que el cine está abierto.
Voy a ir a un bar
a tomarme una cerveza,
si puede ser en exteriores
y tras cada trago
con mascarilla.
Voy a seguir
viendo a mis amigas
que quieran seguir
siendo vistas
y voy a seguir respetando
a mis amigas
que quieran
extremar las precauciones
y que tengan un miedo
insoportable.
Las voy a seguir viendo por igual.
Quiero poder seguir viviendo,
y si alguien
que me conozca,
que sabe que suelo
hacer las cosas
medianamente bien,
se le ocurre juzgarme,
le voy a mandar tan lejos
que le va a resultar imposible
encontrar el camino
de vuelta.
Seas quien seas.
Te llames como te llames.
Nos una lo que nos una.
Cuñados,
fachas
y negacionistas,
o las tres lacras
a la vez,
os prohíbo
opinar sobre
este texto.
No os deseo una feliz
Nochebuena,
os deseo que la noche
sea buena
y que todas
estéis y os sintáis
a salvo.
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