decimos en la mía,
pero el título no es mío
así que me subordino a él
y a ella.
No será la primera ni la última vez
que me lleve las zapatillas
de andar por casa
para estar fuera de casa.
Qué alivio,
más allá de su diversidad
y calidad,
la de abrigar los pies
con materiales cotidianos
y conocidos.
Esto va de permitirse
estar confortable
diferenciando bien
la frontera
entre la calle y nuestra casa.
Quien busque empatizar
de verdad,
que no se ponga los zapatos
del otro de la calle,
sino los de casa,
la única y auténtica
cara verdadera de lo que somos.
Quien quiera saber realmente
lo que pasa,
le invito a pasar a mi casa,
usas la alfombrilla
y ponerse mis zapas de andar por casa.
Ahí me encontrarás,
desnudo y honesto,
con todo lo que pueda ofrecerte.
Allí donde vayas,
lleva contigo aquellos objetos
que te aferren al bienestar
y a la esencia de todos
los significados
que has ido construyendo.
Pueden ser clásicas, modernitas
e incluso divertidas,
pero su acolchamiento
siempre te proporcionará
lo mismo,
la sensación de haber
vuelto a casa
tras un día bueno o malo.
En invierno,
con la pobreza energética
de los hogares,
encontramos en las zapatillas
una suerte de refugio
a modo de mesa camilla con brasero.
En verano,
también con la pobreza energética
de los hogares
pero al revés,
las exiliamos en el fondo
del armario
o en el canapé de la cama
hasta que volvamos
a necesitar abrigar los pinrreles
con la llegada del otoño.
Podemos utilizar
las zapatillas de estar por casa
como metáfora de la amistad.
Por ejemplo, mi amigo Óscar;
hoy sería su cumpleaños,
de hecho es su cumpleaños
porque no está muerto,
pero sí no que está desaparecido
de mi vida.
Durante muchos años,
Óscar fue de mis zapatillas preferidas.
Ahora mis zapatillas
son otr@s,
aglutinándose en personas
más o menos antiguas
pero que en definitiva,
permanecen y se mantienen
en mi vida.
Esta alegoría,
del valor simbólico
que se le atribuyen
a las zapatillas de estar por casa,
son de las cosas que más me gustan.
Pensaros e imaginaros
como el par de zapatillas
que me pongo, me protegen
y me dan gustillo,
es otra forma de quereros.
Da igual si se van desgastando
o cogiendo un olor fuerte,
a la lavadora,p
un remiendoppp
y a ponérmelas de nuevo.
He pasado largas temporadas
con los pies descalzos,
acumulando los restos del suelo
y tiñendo la planta
de negro,
pero siempre que vuelvo
a cubrirlos,
es como si te llamase
y no hubiera pasado el tiempo,
sin remordimientos,
sin nada que echarse en cara,
solo con la voluntad
de exprimir el momento
que por fin ha llegado,
y comernos por dentro y por fuera
como si fueras la zapatilla,
calentita y suave,
que introduzco en mi pie izquierdo.
_A Faty, de La Kuadrilla_
Nota de autor: Un texto de cuyo título no puedo apropiarme XXXIV
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