te expone,
te arriesga a destapar
las debilidades
y por qué no,
las mediocridades.
Una acción no planificada
que te sale de dentro
con la mejor de las intenciones,
pero que al no ser filtrada,
puede tener sus costes.
Siempre me ha parecido
natural y honesto
pensar en voz alta,
como si tuvieras
una necesidad imperante
e inevitable de sacarlo fuera.
Me produce ternura, envidia
y una especie de sensación terapéutica
que por lo general,
yo no me permito.
Por eso aplaudo y agradezco
a quienes sí que pueden,
por ser ejemplo, modelo
y referente.
La espontaneidad
de pensar en voz alta
me recuerda a la infancia en general
y a mis hij@s en concreto.
Conseguir expresarse
desde el instinto más primario
de los impulsos,
es medicina para las sociedades.
Necesitamos más gente así.
Más humildad en los mensajes,
sin importar las interferencias
y sin miedo a los receptores.
Con el ánimo de construir,
de acoger y de ser acogida.
Mediante el intrínseco respeto
de todo lo que nos rodea,
engloba y abriga.
A veces practico
frente al espejo,
pero me siento un intruso
perdiendo la esencia.
Nunca me gustaron
los rol-playing
por dos motivos;
el primero es por el
tiempo previo que existe
para prepararse la respuesta,
el segundo, por el circo
que se monta alrededor
de un espectaculo guionizado.
Conozco a varias personas
que logran pensar en voz alta
sin miedo a las consecuencias,
sin presiones ni ataduras
a lo que se espera de ellas,
con la seguridad y autoestima
suficientes como para no sentir
vergüenza.
Se convierten entonces
en sujetos de estudio
por mi parte,
en el análisis reflexivo
al que veces llego
para hacerme preguntas
y cuestionarme respuestas,
en los aprendizajes que integro
para hacer de mi presencia
algo más amable y solidaria.
Me gustáis mucho las personas
que pensáis en voz alta,
y no me refiero precisamente
a ninguno de los concursantes
televisados de los reality show.
Pienso en aquellas
que intervienen
con algún amigo
que les ha dado permiso,
en aquellas que interceden
por una compañera de trabajo en apuros,
en quien media
en una trifulca que le es ajena
porque ha detectado cierta injusticia.
No me refiero a aquellos
que saltan a la piscina
aunque el agua esté fría
por afán de protagonismo;
ni a quien roba
opiniones o discursos
que han sido aprendidos;
ni siquiera a los que suelen
hablar mucho,
porque es justamente
lo que se espera de ellos.
Me refiero a aquell@s
cuyos planteamientos
se construyen
en términos altruistas,
a los que defienden
la verdad por bandera
sin la necesidad de alzar el volumen,
en definitiva,
a l@s seres que se han
sentido escuchad@s
y por tanto, denotan
la seguridad en sí mism@s
de escuchar antes de hablar
y de pensar en voz alta
sin juicios.
Hablo del arte de comunicar,
poniendo en marcha
todas las habilidades sociales
que intervienen
en dicho proceso,
la excelencia de tener
en cuenta el contexto
y la delicadeza de traer
al presente
todos los detalles
por muy pequeños que sean.
Pensar en voz alta
se puede volver en tu contra,
pero quién lo haga
teniendo en cuenta al
de enfrente,
se habrá ganado
un puesto a mi lado.
Y no son tant@s.
_A Regi, de La Kuadrilla _
Nota de autor: Un texto de cuyo título no puedo apropiarme XXXII
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