si enmarcamos la vida
desde el naces, creces, te desarrollas,
con un poco de suerte lo disfrutas
y te mueres.
Qué difícil es a veces
ponerle humor a las cosas
para sentir del proceso
algo divertido.
Así que cuando
no lo consigues,
se te queda la sensación
de no haber aprovechado
la oportunidad,
de haber vuelto llegado tarde
a ese tren de la diversión,
de transitar cada momento
y cada situación
con una planificada seriedad,
en lugar de hacerlo
con el gesto abierto
y las ganas rebosando.
Y luego,
el arrepentimiento
y la culpa,
la expectativa que se desvanece
y los errores que se repiten;
un día de la marmota
sin actores ni actrices
donde la estructura y el guión
no dan lugar a la improvisación
y el descubrimiento.
Hay que relajarse, joder.
Suficientes trabas,
demasiadas piedras.
¿Seríamos capaces
de coger las trabas
y hacerlas trabalenguas
y de tirar las piedras
contra las ventanas
de todo lo limitante?
¡Sí que se puede!
Y contamos con muchos
ejemplos a lo largo del día,
pero siempre logran significarse más,
aquellos ejemplos
no tan buenos,
los que nos dan en toda la cara
casi sin avisar,
los que nos posibilitan
la victimización de nuestros actos,
los que no nos dejan
subir las persianas
para que entre luz natural.
Siempre es igual y siempre es lo mismo.
Hablábamos el otro día
de reducir daños,
de intentar simplificar
un poco las cosas.
Pero eso tampoco es suficiente
porque siempre estarán
la puta tensión
y la dichosa presión,
para que le restemos diversión
al camino.
Joder, como molaría
pararse en medio,
aposta y sin excusas,
pegar un buen grito,
luego unas carcajadas
y llegar tarde sin miedo
a las consecuencias.
A disfrutar, coño,
que no sabes
cuando vendrá la próxima,
o si habrá próxima.
Porque aunque creamos
que casi todo se repite,
no es así exactamente,
porque siempre habrá
detalles nuevos,
matices que modifiquen
la experiencia previa
y sobresaltos
con mayor o menos impacto
que te saquen una sonrisa única
que no sabías que tenías.
Que las cosas se acaban, sí.
Que tenemos derecho a disfrutarlas
antes de que se acaben, también.
Faltaría más, no te jode.
¿El qué dirán,
el qué pensarán,
me estarán juzgando?
Esto lo veo mucho en mi curro
y la verdad es que debe ser
una sensación asfixiante,
casi insoportable.
Luego surge la mágica frase
de que hay que revisarse las mochilas.
Es entonces cuando cojo
mis rotus
y grafiteo cada parte de tela,
abriendo las cremalleras
para tirar dentro
un puñado de migas,
arena del parque
y bolis sin tapa
por lo que pueda surgir.
Menos mochilas
y más psicólogas
(para quien pueda pagarlo),
menos prejuicios
y más conversaciones,
(para quien sepa hacerlo).
Hoy, mi hijo,
se levantó antes de las
seis de la mañana.
Al recordarle que era lunes,
me dijo:
Lo sé, tengo canastas.
Casi sin haberse despertado,
él ya había sido capaz
de encontrar su momento
divertido del día.
Ingenuo de mí,
despierto desde las cuatro y media,
pensaba en qué preparar
para desayunar,
qué propuesta me toca en la escuela
y qué correo podríamos mandar
a las familias.
Todo necesario pero para nada divertido.
Podría haber pensado
en una broma entre compañeras,
en el deseo de una anécdota
graciosa con algún niñ@
o en la cara que pondría Gala
al recogerla al final del día.
Con esto tiene que ver
la frase de
disfrútalo, que se acaba.
No porque se acabe
inminentemente,
sino por el miedo
a perdernos constantemente
en lo complejo,
en lo problemático,
en el victimismo.
Si quieres,
disfrutenos juntas
lo que nos quede.
_A Rober, de La Kuadrilla_
Nota de autor: Un texto de cuyo título no puedo apropiarme XXXV
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