domingo, 16 de abril de 2023

Hija de perra. Tercer texto (Trilogía a mi perra)

Y quien lo quiera entender mal,
hijo de la gran puta.

Su hermano gatuno lo sabe,
maulla desgarradoramente
como llorando su ausencia.
Cuando llegamos a casa,
el cachorro Enzo
se acercó a Clio
y le contó que Aisha 
ya no estaba,
que su mejor amiga no iba a volver.
Cada una con sus procesos
y con sus elaboraciones.
Enzo en este caso,
sin expresar tristeza,
tuvo dolor de barriga
e incluso llegó a vomitar,
y sé cuál es el motivo.

Porque buscamos en la cocina
el cojín donde solía descansar
esperando verla una vez más.
Por la noche,
después de los diversos rituales,
nos sale buscarla
por los rincones de la Mariana
para auparla
y llevarla a la cama.
Diez años haciendo colecho perruno
y la soledad nocturna
ahora resulta insoportable.
Siempre en medio
para conectar nuestras espaldas
mientras soñamos.
Esa distancia, de apenas centímetros,
pareciera ahora la de un río
inabarcable lleno de cocodrilos.

El click click click
de sus patitas
pisando las baldosas
o el tac tac tac 
navegando por las alfombras.
Son sonidos ilegibles
que en nuestra cabeza
resuenan tal y cómo eran.
Ya nadie relamerá los platos
después de la cena,
ni habrá que inclinar
ningún vaso
para que beba agua.
Cómo se le empapaban las barbas.

Le encantaba chuparte los pies
o el cuerpo embadurnado de crema,
incluso el sudor sobrante
del verano,
te lo quitaba altruistamente
para darte un poco de humedad.
Si estabas cagando,
se metía debajo de tus piernas
par chupar el calzoncillo o la braga
no dejando nada a la imaginación,
absorbiendo todo el sabor
de sus am@s.

Era una perrita de regazo,
de mesa-camilla,
un perra manta
que se adaptaba
a cualquiera de las piernas
que le mostraran
un mínimo interés
por acogerla.
Se enrrollaba en crisálida
y crecía por dentro
sabiéndose protegida.
No comía nada,
pero cuando venían de visita,
acudía a su cuenco con alegría
y el rabo revoloteando
haciendo del anfitrionismo
un arte que solo manejan
unas pocas.

Se dejaba hacer de todo.
Fue una perra excesivamente manipulada
y quien lo entienda mal,
hijo de la gran puta.
Menuda hija de perra
separada de su madre al nacer.
Podemos decir,
que en el mundo de los animales 
domésticos,
la gestación subrogada
está normalizada.
Come-chuches,
recoge-pelotas,
juega-castañas,
así era ella.
La estación del otoño
de convertía en un parque temático
donde costaba mucho volver del paseo
porque la calle estaba llena de estímulos.

Esta hija de la gran perra
nos regañaba mucho
con sus ladridos.
Siempre buscaba la boca
para besarte,
quizá por eso,
yo estoy tan obsesionado con los besos.
¿Quién me va acompañar ahora
al callejón que da 
a la ventana sur de la Mariana
para recoger esa prenda
que se nos había caído
mientras tendíamos?
Me cago en dios.

Era imposible echarse
una siesta
sin llevarte a cuestas
y yo que siempre
te exiliaba a las piernas de mamá,
ahora me arrepiento
como los que se sienten
verdaderos hijos de puta.
Pese al tono,
no es rabia lo que siento,
es una angustia repentina
de las que no me quitan el hambre,
pero me hacen sentir un traidor
si se me ocurre cantar y bailar
en el salón
un domingo tras tu desapareción.

Esta trilogía es mi terapia
de duelo
y no pienso dejar de escribirte
como no voy a parar de pensarte.
Pasarán los días, las semanas,
los meses e incluso los años
y conseguiré normalizar
tu ausencia,
pero siempre que me venga
un sabor a ti,
un recuerdo solemne,
siempre que me equivoque
llamando a mi hija
por tu nombre,
tendré un motivo
por el que volver a escribirte.

Papá, cuando sea mayor
voy a bajar a Aisha solito.
Claro que sí, hijo,
pero sabíamos que materialmente
iba a ser imposible,
aunque sí ha dado tiempo
a que tú tuvieras la correa
y la siguieras,
a que hayas aprendido
a cogerla con delicadeza
y desplazarla como si de un
bebé se tratara,
o a que la rascases la barriga
con sus patitas levantadas.

Qué bien lo pasamos en pandemia
cuando la calle era para ti,
para mí y para los conejos.
Ahí todavía perseguíamos
palomas juntas
y nos dábamos la distancia suficiente
como para que cada una
explorara lo que le interesase.
Ya nadie infarta
cuando encendemos el aspirador
o accionamos la cortadora de cebolla.
Son los pequeños detalles
que ahora cobran más sentido
que nunca.

Lo dicho, hija de perra;
que sé que te hemos
reventado de felicidad
y que tú
has colmado la nuestra.
Nada volverá a ser lo mismo,
pero lo que somos,
ha sido gracias a tu compañía
y fiel presencia,
de todo el advenimiento
de lo que ocurría.
No te escribo por última vez,
lo que sí hago
es relatarte por última vez
con dolor y pena.

La próxima vez que lo haga,
lo juro,
estaré curado.
Gracias, gracias y gracias,
hija de perra.

_A mi Aisha_




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