estará de acuerdo conmigo
en la sensación de que el tiempo
pasa cada vez más rápido.
Será una de las concecuencias
de hacerse mayores.
Quién no ha rememorado
mil veces las mismas anécdotas
entre su grupo de amig@s
sin manera alguna
de que caduquen
o suenen repetitivas.
Quién no ha compartido
en qué nos montaríamos
si fuéramos ahora,
con nuestra treintena bien entrada,
al parque de atracciones
(quién sería el toli
que se quedaría
con las mochilas,
nosotras tenemos el nuestro)
Quién no ha hablado
de temas escatológicos
durante una apetente comida
o de sexo cuando hemos pasado
al estado de embriaguez.
Quién no se ha derrumbado
delante de la gente
que quiere
sin haberlo planificado.
Quién no se ha ventilado
de las mierdas de su trabajo
y de lo que le dijo
el otro día el psicólogo.
De momentos vamos sobradas
pero,
quién recuerda
el tramo de minutos
que duró el suceso,
de principio a fin,
con inicio y desenlace.
Por ejemplo
recuerdo que aquel
dos de abril
llegué cuatro minutos tarde,
primera y última vez,
y que el primer beso
duró menos de un minuto.
Que El secreto de Neruda
se contó en apenas nueve minutos,
que el homenaje de mi vida
transcurrió en quince
y que el nacimiento
de mi segundo hija
fueron cuarenta y uno minutos,
a diecinueve de que
mi primer hijo,
nacido un millón
seiscientos sesenta y cinco mil
quinientos cuatro
con cuarenta y tres minutos antes,
entrase por la puerta del cole.
Esa es la manera que escojo
para contabilizar
los minutos de nuestras vidas,
porque claro que los minutos
importan aunque la peña
no siga siendo puntual.
Claro que importa
acordarse del por qué y el cómo
para que luego cuentes
el cuándo y el dónde.
Claro que molaría
quedarse a vivir
en aquellos minutos específicos
que tanto nos han marcado.
Y claro que los minutos
no solo se recogen
en un reloj caro.
Los minutos se contabilizan
pero también se cuentan,
que es bien distinto.
En algunos casos
se deberían contar
como se cuenta
un cuento por la noche:
sin prisas, ni presiones,
como si fuera
la última voluntad del día,
solemne y sagrada.
Ese gustillo que sientes
cuando el autobús
va a llegar en dos minutos;
cuando las manillas
indican menos cinco
para salir de clase;
o esos minutos previos
antes de que empiece
el concierto.
Debemos elegir
cuáles han sido
los minutos de nuestra vida
y sobre todo
tenemos que decidir
cuáles queremos que sean
a partir de ahora
para sentirnos desnudas
y preparadas
en un tiempo de acogida
que se materializará
en imágenes, sensaciones y palabras
de nuevos y bonitos recuerdos
en las que se basarán
nuestras conversaciones
del futuro.
De noche,
cuánto tu bebé
se resiste a dormir,
pese a la dureza del cansancio,
también son minutos que cuentan,
solo depende de la actitud
con la que puedas enfrentarlos.
Es lícito enfadarse
y equivocarse,
pero ante los minutos
que no volverán,
que no se repetirán,
insisto,
solo dependerá de ti
como quieras recordarlos.
Por la suficiente importancia del tiempo.
_A Noe_
Nota de autor: Un texto de cuyo título no puedo apropiarme XXIV
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