de las hormigas;
la creencia equivocada
del destino como referencia.
Juntas ambos conceptos
y te sale un cóctel
más que pesimista.
Qué se puede esperar
de las hormigas de ciudad
que transitan entre
plástico, decadencia y mugre.
Lo de siempre.
La polarización entre
la ciudad y el campo,
entre el norte y el sur,
entre los de arriba
y las de abajo.
Aferrarse al destino
tiene mucho de mágico,
no por lo especial
y la ilusión de un niñ@,
sino por los trucos
pendencieros entre bastidores.
Decidme qué podemos esperar
de una hilera de hormigas
que conviven entre asfalto,
gapos y mierdas de perro.
Entre tanto ruido,
zapatos desgastados
y cruentos humanos.
Pues nada,
solo muerte
y caminos que no te llevan
de vuelta a casa.
Que tus compañeras
nunca vuelvan,
muchas bajas diarias
por eso de estar abajo
de la cadena alimenticia.
Y no porque te coman,
sino porque te pisotean
impunes.
La perfecta analogía
de los grupos más vulnerables.
La determinación existencial.
De nacer en sitios sin luz
como en la Cañada,
a ser herencia
de una estirpe de cayetanos.
De barrio y periferia
sin atender,
a ser de centro,
llenos de privilegios
y banderas.
Las hormigas, dicen.
Las hormigas son obreras,
son la clase trabajadora
ahogada y ninguneada.
También la manipulada,
votante de botas
con punta de hierro.
O la condescendiente
con el niño
que las arrasa
sin que su padre
le diga nada.
Hormigas negras y rojas,
grandes y pequeñas,
que muerden o hacen cosquillas,
todas ellas dominadas
por los oligarcas y sus monopolios,
sin poder hacer nada
y pudiendo decir mucho
que al final no vale de nada.
Vaya destino de mierda.
Las que tengan suerte,
tendrán su hormiguero
lejos de la acción humana,
recolectando comida tranquilas,
con sus caminos inquebrantables
y sus funciones bien definidas.
Una guerra que antes
de que empiece
ya está perdida.
Una vida de opresión
y de reprimidas ganas de cambio.
Con algún que otro altavoz
que llama a la lucha
pero que en seguida
se difumina en el eco
de la basta amplitud.
Si cada una tiene su papel,
el de las hormigas está claro.
Ser parte de un colectivo
donde no se tienen
en cuenta las individualidades,
donde no importan
las características personales,
donde la comunidad
esta por encima de la unidad.
Pero eso no es nada
comunitario ni ventajoso
ante la supervivencia.
Lo primero cuando naces
es que te pongan un nombre.
Lo segundo es que te
cuiden y orienten
durante años
hasta que consigas
la plena independencia
habiéndote garantizado
el placer de toda existencia.
A partir de ahí,
sin que nada suene a definitivo,
te toca aportar
tu granito de arena
con tus ideas, compromisos
y disponibilidades.
Claro que no va a ser fácil,
ni tampoco resultará justo,
pero merecemos encontrar
nuestro hueco,
nuestro espacio,
nuestra batería de oportunidades
y si somos capaces,
aprovecharlas,
aprovecharlas al máximo
porque no sabemos
cuando obtendremos la siguiente.
Si no tienes marcos de referencia,
cuando veas una hormiga
piensa en el respeto
por el otro,
en la empatía con las otras,
en no pasar de largo
y hacer como si nada;
en no blanquear los daños
y en no convertirte
en la figura de verdugo
de la que tantos años
llevas escapando.
Ni una menos.
Somos más.
Solo falta creérnoslo.
_A Rober_
Nota de autor: Un texto de cuyo título no puedo apropiarme XXVIII
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