Diciembre.
Y lo escribo con mayúscula
porque llevo los deberes hechos,
por una vez.
Que mes tan emocionante.
No por las festividades,
aunque si por la vacaciones.
Porque volveremos a celebrar
el número veintitrés,
al que estamos casi todas
afiliadas.
El mes por antonomasia
para recordar a las personas
de La Cañada,
mientras se encienden las miles
de luces de tu barrio;
o de aquellas que tendrán
que pensarse dos veces
si encender la calefacción,
mientras las suministradoras
siguen multiplicando sus beneficios.
Claro, es difícil sentirse coherente
y vivir en paz contigo mismo.
Acudir al reduccionismo
y a la simplificación de las cosas
para que tu refugio
siga intacto.
Es una mierda, lo sé,
pero son las reglas del juego.
La responsabilidad social
pasa por ser consciente
e intentar aportar tu grano de arena
o atajar tu cacho de polvo.
¿Qué más, si no, podemos hacer?
Llegamos hasta donde llegamos
con estos ambientes
tan polarizantes.
Claro que la gente
seguirá moriendo de frío
mientras otr@s tenemos la suerte
de desenvolver regalos.
Claro que planificaremos
cenas con amig@s
mientras que habrá desconocid@s
que se desvistan en penumbra
o coman en comedores sociales.
Claro que tenemos derecho a sonreír
aunque much@s
no dispongan de un solo derecho.
Y claro que habrá que intentar
seguir siendo just@s
entre tanta injusticia
cada dos minutos.
Yo que sé.
No es fácil.
Por lo pronto
me centraré en mi ecosistema,
el que conforman tod@s
los seres querid@s
a l@a que en alguna ocasión,
aunque solo sea una,
pueda llegar a atender.
Es que si no
te mueres entre tanta
culpa, resignación e impotencia.
Cuidar al menos de l@s tuy@s,
de todas las maneras que se te ocurran,
hoy en día,
es un acto valiente.
Y aunque haya gritado
ochocientas veces
y con la boca bien abierta
que no soy nada conformista,
claro que me conformo
con algunas de las parcelas
a las que pertenezco,
faltaría más,
no te jode.
La vida sigue
y la muerte seguirá
incrementando su lista.
El cómo fluyas en la primera
y cómo sortees la segunda,
será determinante
en tu estado de ánimo.
Pero eso tampoco será fácil.
Te lo pondrán tan difícil,
que querrás tirar la toalla
mil y una veces.
Y será un acto irreprochable
a no ser que tengas
un dios
que te marque la agenda.
En fin, que diciembre me mola,
va a hacer cuatro años
que se convirtió
en mi mes favorito.
Y pienso aprovecharlo
y disfrutarlo con mi gente,
con quien yo elija
y con quienes me elijan.
Las formas y los modos
siempre serán respetuosos y empáticos,
tejiendo la red comunitaria
que si bien
no crece por sus miserias,
se mantiene histórica
como la única resistencia posible.
Me mantengo en el compromiso
de seguir intentándolo,
de fortalecerme constante,
de mejorar humilde.
Os lo prometo.
Es la única promesa
que me siento capacitado
para poner encima de la mesa,
eso, y un plato de comida,
para quien quiera,
para quien lo necesite,
para quien no se muera
de vergüenza.
Porque de vergüenza también
nos matan.
De marginarnos y estigmatizarnos,
en definitiva,
de criminalizarnos.
Diciembre también es el mes
de la violencia tanto
explícita como implícita,
a ver cuándo nos toca
al otro bando ejercerla
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