con la llegada del invierno
y de los pródromos,
avisabas dos días antes
de lo que iba a ser
tu excesiva puntualidad.
Si la cita hubiera sido
con una entrevista de trabajo,
ni siquiera te hubieran
abierto el telefonillo;
como la cita era con nosotras,
le pusimos a la madrugada
un poco de niebla, llovizna
y café sin azúcar para recibirte.
Pero de esto ya
hemos hablado
en contadas ocasiones,
relatemos pues,
tu último año.
Un año, en el que
en su gran parte,
tú también ten has mantenido
a la espera,
expectante,
deseoso de cualquier
explicación que diese sentido
a eso de convertirse
en hermnao mayor.
Y diremos que nos
lo pasamos muy bien,
como casi siempre,
con sus sustos y sus dudas,
pero también con sus sorpresas
y descubrimientos.
Del mismo modo
que cada vez le gusta menos
bañarse y lavarse los dientes,
cada vez le gusta más la pintura
y la construcción de ciudades.
Procuramos cuidarle
sus intereses intensos
como oro en paño,
ya que sabemos
que son algunas de sus herramientas
a través de las cuáles
expresa lo que siente.
Es justo ahí
donde nos paramos a mirar
y entendemos que para conocerle,
tenemos que atravesar de lleno
parte de su juego.
Es puro movimiento,
como un volcán en erupción,
o como un primate atravesando
la selva de rama en rama,
o como las nubes que son
arrastradas por el viento.
Esto no para rapea Kase O.
Su física desde que se levanta
para descolgar la luna,
hasta que se ve obligado
a acostarse por
orden y mandato,
no tiene parangón,
ni cabida,
como si fuera un lago
que no pudiera estar en calma,
siempre con ondas
y alguna que otra ola.
La espontaneidad de su risa,
esa mirada tan marcada,
sus gestos en busca de consensos,
su zancada cada vez más extensa,
sus palabras, ay sus palabras,
tan enamorado del lenguaje
como su papá
y tan ardiente en sus pasiones
como mamá.
Ahora se siente referente
en esto de los cuidados,
el acompañamiento y los aprendizajes.
Claro que se equivoca,
claro que se enfada,
claro que se entristece,
su carácter de fuego
y sus abrazos burbuja.
Se sabe de memoria
los pasos de su hermana
tirándose en plancha
por si sirve de colchón.
Del mismo modo
que la increpa,
la inoportuna,
la maneja
por eso de sentir en sus carnes
el poder y la seducción
de quien se sabe más fuerte.
Pero luego,
tras nuestra intervención,
cede,
compensa la balanza
y complementa sus habilidades.
Es un niño feliz.
Es mi hijo de cuatro años.
Fue el primero y siempre lo será,
pero solo es una cuestión numérica.
Lo cualitativo y el control de calidad
lo llevamos por dentro,
de una manera más íntima,
reservados,
porque aunque no lo parezca,
lo somos.
Es tal el grado de intimidad,
es tal el lazo infinito,
es tal la confianza y el amor
por el otro,
que no hay esquema mental
ni infraestructura
que pueda resquebrajarnos.
Cachorro, chiquitín, hijito,
mi niño,
que no puedo contigo,
me deshago en ti
y me deshaces
cada vez que me tocas.
Con todo lo que sufro
por los errores que cometo
y lo mucho que me perdonas
y lo bien que me quieres
sean cuales sean las circunstancias.
Si puedo,
cuando aprendas a leer,
te daré estos primeros textos
para que comprendas
desde la primera persona del singular,
todo lo que te deseo
y todo lo que te admiro.
Cuatro años ya joder, cuatro.
_Por enésima vez, a Enzo_
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