Te enfrentas a tu primer
paso de cebra
de manera erguida.
A tu edad y tamaño
debe ser parecido
a montar en una montaña rusa.
La inmensidad
también tiene límites,
lo dicen las rayas
blanquinegras.
Con paso decidido,
orgulloso y recto
atraviesas el vacío,
los monstruos
y el cielo.
Como si lo hubieras
hecho toda la vida.
No quieres mi mano
porque te basta
con tenerme al lado
medio agachado,
confiado de tu hazaña.
Máquinas a los lados
que te hacen de pasillo,
de guía
en esta vía ferrata.
Hasta que se te escapa
la sonrisilla
y la emoción contenida
para darte la vuelta
a mitad del sendero
y demostrarme
que da igual
lo insignificante
que parezcamos
porque somos
potencialmente capaces
de ir a la contra
si creemos que
la causa es justa.
Los molinos de aire
movilizan sus aspas
para dedicarte
un gesto amable
y Papá te sigue
como la sombra
que todavía
no has descubierto
para ser el soporte
que todo niñ@ necesita.
La pareja de muñequitos
verde del semáforo,
presenciando el reto,
alargan su paseo
hasta que el niño
consigue cruzar el umbral.
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