Te levantabas
con las pasiones
desatadas
del día anterior.
El advenimiento
de la despedida
hasta no se sabe
cuándo,
se ponía
en marcha
la cuenta atrás
tras abrir
los ojos.
Era un día
aprovechable
pese a la fecha
de caducidad.
Lo asumías
resignado
y con remordimiento
si no habías
conseguido
explotar
el Sábado.
El llanto
iba por dentro,
desgarrado
por el tiempo
que tenía
que pasar
para volver
a verse.
Eran solo eso,
Domingos.
Reloj de arena
consumidos
los actos de amor.
Pero digo eran
porque
ya no lo son
convertidos
ahora en
transición
donde no
aprovecho
para afeitarme
porque la barba
ya no araña
la piel,
sino que la
hidrata.
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