-¡Aaaaahhhhhhhhh!-.
Pego un respingón
y sufro la sacudida
del cuerpo.
Un reflejo
involuntario
ante el miedo
por más pequeño
que parezca.
Y es que los miedos
no se eligen
ni se deciden.
Imposible
que la reacción
resulte
racional
ante el pánico
que nos pone
alerta.
Arrastramos
durante años
esas mismas
amenazas
que creemos
combatir
día a día,
pero no lo
conseguimos,
somos incapaces,
hay cosas
que nos superan
y lo último
que necesitamos
es ser juzgados.
Así de simple
y de profano.
Nos acojonamos
encogiendo
hasta nuestro
último músculo
conocido
y el corazón
se nos sale,
se nos escapa
de dentro
como el ansia
de libertad
del preso.
A veces,
no somos nadie,
ni siquiera
somos nada;
sombras proyectadas
por nuestros
peores presagios,
el temor
de descubrir
que no somos
aptos.
Inmediatamente
acude
en mi auxilio
y al percatarse
de lo ocurrido dice:
-¿En serio?, ¿por una puta mariquita?-.
-Jejejejeje, sí ¡en serio!
Susto o muerte.
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