Si bien no le deseo
una epidemia familiar a nadie,
he podido aprovechar
más de una semana
con mi hijo en casa,
a solas,
que no es fácil,
regocijándonos a través
de las molestias oculares.
Nos ha dado tanto de sí,
que volveremos sin ser las mismas,
sino mejores.
Hemos barrido cada rincón
de la casa
encontrando juguetes
que creíamos perdidos.
Nos hemos sentado a dibujar
lo que más nos apetecía,
lo que por desgracia
no nos da tiempo
en condiciones normales.
Hemos hecho batallas de peluches,
construido varias bibliotecas
y hasta un cine.
Hemos desayunado hasta
cuatro veces en una misma mañana
mientras veíamos Bluey;
hemos tendido toneladas
de ropa y luego
nos hemos ido a buscar las pinzas
que se habían
precipitado desde el quinto;
también hemos realizado
la tarea del cole
porque a él le gusta,
o quizá sea porque
le han enseñado
que esa rutina es positiva.
No me meteré en esa jungla,
si a él le interesa,
pa'lante.
También hemos hecho experimentos
que en otros sitios
estarían prohibidos;
hemos hecho caca
tantas veces
como desayunábamos;
nos hemos hecho
fotos y vídeos,
algunos de ellos
históricos,
que van directamente
para la colección
de mis preferidos.
Hemos leído más
de lo que acostumbramos,
escrito también.
Hemos salido a hacer recados
y gestiones adultas
recorriendo cada boca calle
del barrio,
esas que se conoce
de memoria
y que ahora utiliza para desaparecer
en la distancia
porque se siente preparado.
No hemos visto a casi nadie,
ni falta que nos ha hecho.
Esperábamos a mamá
con la comida hecha
y luego a Gala por la tarde
con el espacio de juego a punto.
Hemos pijameado
como en la mejor
de las vacaciones,
nos hemos duchado poco
y nos hemos inflado
a gotas con corticoides.
Hemos pintado una camiseta,
comprado libros
y alquilados otros.
Nos hemos dado
un paseo
por el terrorífico centro
y hemos entrado en dos museos.
Hemos fregado a masalva
y decidido juntos
lo que íbamos a comer
al día siguiente.
Hemos generado mucha basura,
migas y pelotillas en el ombligo.
Hemos habitado parques
que no están acostumbrados
a ser habitados
por las mañanas,
nos hemos mojado
el calzoncillo más de la cuenta
y desde la ventana de casa
escuchábamos la canción
de entrada al cole,
por lo que nos acordábamos
de nuestros amigos, amigas y amigues.
Ha habido amenazas
de vueltas al cole
porque los momentos
intensos no te los quita nadie,
pero luego rectificaba
y le decía que una mierda,
que mejor juntos y en compañía.
Hemos viajado por el Cretácico
con los dinosaurios,
nos hemos marcado
un Fast & Furious
(jamás creí que escribiría
esto en el BLOG)
con la moto de Gala
y hemos echado partidos
de fútbol
en un pasillo inexistente.
Hemos aprendido nuevas palabras:
él la de 'texto',
yo la de 'promontorio'.
Hemos madrugado
como siempre,
quiénes os creéis que somos,
y a las 20.00 estábamos roncando.
Hemos bailado y cantado
canciones del YouTube,
hemos hecho el bruto
y hemos negociado
como buenos diplomáticos.
Hemos comido mucho pan,
muchos gusanitos
y poca fruta,
¡Ayuso hija de fruta!
A los dos días
de cogerme la primera baja,
dejé de sentirme mal
por las consecuencias
que les acarreaba a las demás.
Si bien el diagnóstico,
el aislamiento
y el tratamiento eran correctos,
lo verdaderamente beneficioso
fue quedarme con mis hij@s en casa,
porque si alguien
me puede echar tanto de menos
son ell@s y nadie más.
Lo mismo me pasa a mí.
Así que eso que me llevo,
eso que nos llevamos,
de todo eso y más
dieron casi las dos semanas.
Volvemos a volver,
pero más fuertes,
mejores,
colmadas.
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