con eso de hacerse mayor
y llevar el pelo cortito,
pero hay cosas
que no se olvidan,
hay cosas que
seguimos necesitando
tengamos los años
que tengamos.
La cuestión es reconocerlo
y no avergonzarse de ello.
Con cualquiera de sus manos,
a la hora de acostarse,
se hace los rulos
como se los hacía
tu madre a tu abuela.
Un enredo neoclásico
para favorecer el remolino
del cabello
con el que los reyes magos
te decían que habías
sido travieso.
Es su forma de afrontar el sueño;
de bajar un tono
que siempre está por las nubes
jugando entre partículas
de agua y algodón.
Con la largura de sus
casi tres años y medio,
emula un ritual
que inició
cuando se emancipó a su cama.
No pocas veces
había que ayudarle
a desenganchar
alguno de sus dedos
de la genuina trampa de su pelo.
Hay quienes se
exploran la oreja,
quienes necesitan
que les des la mano
o quienes juegan
con su capilar
como si estuvieran
en una sesión de estética.
Me enternece hasta el dolor
verle tan mayor
y tan pequeño
al mismo tiempo.
Y me flipan todas
sus decisiones,
ya sean conscientes o inconscientes.
Todo lo que le caracteriza,
lo que se ha inventado,
lo que ha construido
como propio.
Pedazo de ser
que trasciende
al cielo y al infierno.
Me imagino siendo su vello,
enroscado entre sus dedos,
sintiendo toda la imprimación
de sus yemas
hasta el desfallecimiento.
Porque en este caso
una imagen
sí que vale más
que mil palabras.
Toda una definición
universal
de lo que me gustaría
haber sido
y una propuesta en firme
de lo que me gustaría ser.
Cuánto aprendo.
Cuánto disfruto.
Tu cuerpo obra de arte
y tu mente palpante
de lo que nos quedará por ver.
Nunca dejes de tocarte el pelo
como lo haces.
Regocíjanos de tus deseos,
de los cuáles,
ninguno,
caerán en saco roto
ni en pozo iracundo.
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