el papel y el boli
para hacerme fuerte,
para intentar equipararme
a lo que voy a describir.
Como una roca oceánica,
como una roca de volcánica
como una roca de asfalto.
Una roca emocionante.
Así es como le veo
siempre,
pero especialmente
cuando padece fiebre.
Con todo lo que sufrimos
las que acompañamos
cuando están malit@s,
ell@s parecen liebres
que corretean y saltan
por el salón.
Los síntomas
que escupe su cuerpo
no son más que el reflejo
de los miedos
que llevamos con pegamento.
Porque querer no duele,
que no nos confundan
los machistas;
querer significa
que te preocupes
y que te lidere
la capacidad de empatía.
Como una roca,
más mimosa
de lo que ya acostumbra,
busca un piel con piel
histórico,
que come poco,
pero qué juega
como siempre.
Como una roca,
combate todo lo malo,
férrea, hermética, maciza,
y aprovecha su tiempo extra
para dar un pequeño estirón.
Es como una puta roca
aunque tenga
40° de fiebre.
Se te sigue cayendo la baba
cuando le miras
y te gustaría ser
la mitad de lo que es él.
Envidia sana
y orgullo fraterno
mientras le observa
su hermana
que todavía no sabe dotar
de significados.
Un esquema al que
quedarse a vivir.
Incluso aunque sea una roca,
la conciliación siempre
resulta precaria
y con demasiada culpa
como para obviarlo,
por lo menos
para quien se lo tome en serio.
Así que solo queda
aceptar que no todo
lo tienes bajo control,
pero que quienes te rodean
te hacen el tránsito más llevadero.
Eres la roca
que siempre me llevaba
de las playas
a las que alguna vez
me llevaron mis pamadres
de infante.
Si quieres,
puedes continuar
con el ritual.
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