lunes, 14 de marzo de 2022

Nunca hemos dejado de estar en guerra

Aunque vivamos
con aparente normalidad,
nunca hemos dejado 
de estar en guerra;
en guerra por diversos motivos,
pero guerra al fin y al cabo.
Y aunque no nos sintamos
en ella,
seguimos estando
rodeada por ellas.
Entiendo el mecanismo de defensa.
La idea insoportable
de tenerlo todo
bajo nuestro control
o la de dejar
que nos afecte
cualquier cosa ajena.
Entiendo la simplificación.
Y también entiendo
que no hemos dejado
de ser la misma mierda de siempre.
Pero también entiendo
los justificantes
que expedimos.
Nunca dejaremos
de ser lo suficientemente egoístas
como para solidarizarnos
con todas las cuentas pendientes.
¿Y qué hacemos entonces?
Pues no tengo más respuestas,
así que me instalo
en acompañar la crianza
de personas
que no están en edad
de hacerse cargo
de lo moral y lo ético.
Una especie de búnker
en el que sólo
caben los míos
pese al cinismo
y la hipocresía
de todo lo que dejamos fuera.

Vivimos en una guerra constante
con nuestras contradicciones
y mediocridades.
Una bomba de racimo
de dolor y culpa
que nos desmiembra
por dentro y por fuera.
E intentamos informarnos
y posionarnos
como si eso aliviara
en algo la vulnerabilidad
que nos define.
Somos conscientes
de las injusticias,
las mentiras
y los ataques.
Incluso así,
en cierta manera,
miramos para otro lado
porque nos vemos
en la necesidad
de reducir daños.
La inalcanzable tarea
del existencialismo
y la manera en que cada uno
escoge su relato
para perder lo menos posible,
porque siempre se acaba 
perdiendo algo.
Si te pones a pensarlo,
cualquier decisión que tomemos
es una banalidad
respecto al contexto
en el que nos incluímos
pero, insisto,
¿quién nos va a salvar
y qué nos hará ser parte
de las posibles soluciones
a todo lo que pasa?

Es para suicidarse,
resucitar
y volverte a matar
todo el rato.
Porque no hay perdones
que valgan,
ni dioses que expíen
nuestros pecados
para dejar la cuenta a cero.
Sólo la creencia 
y la insignificancia
de aportar algunas migajas
durante un puñado de años
sin consecuencias reales claras.
Lo asumo y lo reconozco.
No me voy a esconder.
Ahora,
mi punto de mira
también es certero
e inequívoco,
mis hij@s,
mi familia,
mis amig@s
y la infancia,
toda la infancia
que me quepa.
Siento no poder dar más
y como le digo a mi hijo
todas las noches:
siento los errores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario