por lo que estabas pasando,
así que te pido
perdón por segunda vez.
No fui capaz de ver las señales,
porque las hubo,
aunque digas
que fue culpa tuya.
No atendí esas pequeñas
voces distanciadas
que me venían por la noche
desatendiendo las migas de pan
que me dejabas de rastro.
No hay justificación posible
pese a las circunstancias,
pese a tu hermetismo.
Es mi responsabilidad
cuidarte y detectar
cuando algo no va bien.
Tenía la información suficiente
en la palma de mi mano
como para haber
estado más pendiente.
Sé que me comprendes
pero,
¿acaso he sabido comprenderte yo?
El respeto máximo
del tiempo que nos ocupa
no es excusa,
nunca,
para no estar disponible.
Y es ahí donde
te he fallado;
es justo ahí
donde no he sabido
estar a la altura.
No quiero hacer un drama
de todo ello,
pero tampoco quiero
restarle el valor que se merece.
El arte de atajar
lo implícito
a través de lo explícito.
Esa es la esencia de lo que nos une.
Porque siempre
lo hemos hecho así
desde que nos conocemos,
pero esta vez
me ha pillado por sorpresa.
No estoy acostumbrado
a no darme cuenta
de las cosas,
por eso, quizá,
egoístamente,
me duela más.
Así que te pido perdón
por tercera vez.
Poniéndome muy romántico,
si te pasa algo malo
me muero.
Porque así hemos
construido
nuestro imaginario colectivo.
No tenía veinte años
cuando te conocí
aunque supiera
quién eras de vista
mucho antes.
Y desde entonces
nos hemos cubierto
las espaldas siempre,
como si hubiéramos
cometido mil delitos graves.
Es un atrevimiento decirte
que sé que estarás bien,
que lo harás lo mejor
que puedas y sepas,
pero contigo me atrevo,
si es por ti,
me precipito
a retar al tiempo
y al futuro;
a asegurarte que tú estás
por encima de cualquier cosa
a la que te enfrentes,
de tu capacidad sobresaliente
para abrir vías de escalada prohibidas
que nunca nadie antes
se habían atrevido
a explorar.
Porque no estamos lejos
aunque a veces
nos cueste caro
el paso del tiempo
para vernos.
Pero fíjate
si me importas
que te llamo
por teléfono
más que a mi madre
aunque la comparación
no sea justa.
Y te pienso
como pienso en mis hij@s
cuando estoy fuera de casa.
Y te contaría
el cuento de todas las noches
para intentar aplacar
cualquiera de tus tristezas.
Si hay personas que me duelen,
tú eres una de ellas.
Por eso no puedo
permitirme no estar,
o no saber,
o no cuidar(te).
No puedo permitirme fallarte
porque no hay fracaso
ni decepción más imponentes.
Si vuelve a pasarte,
si vuelve a pasarnos,
pégame un toque
al teléfono,
a la puerta,
de atención,
y ponme en el sitio
que me corresponde,
a tu lado,
por detrás,
nunca por delante,
pero cerca,
para que te vea
y te acaricie
cualquier parte de tu cuerpo
que creas está deshabitada.
Lo siento,
y esta es la última vez
que me disculpo,
no porque nos hayamos hecho nada,
sino por la puta equidistancia.
Por una vez
no haré público tu nombre,
solo mis sentimientos,
pero también en tu nombre.
Te quiero anónimo.
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