si alguna vez
nos hemos parado
a escuchar el corazón
de nuestr@s hij@s
una vez que ya
son materia
que ocupan
un espacio concreto
fuera del útero.
Durante el antes,
seguro que si,
a través de máquinas
cables y electrodos
pero
¿y después?,
¿nos hemos acercado
a su pecho para
descubrir ese lenguaje oculto?
Contar los latidos
con una fuerza oceánica;
sentir los graves y los agudos
del tambor abrazado
a la armónica;
sincronizarse como
dos relojes analógicos,
casi de arena,
con atención y mimo
para partir de un mismo sitio.
Ese sitio donde
sonamos igual
y pese a nuestras diferencias,
nos equiparamos y disponemos
para ser un sujeto de cuidados,
para ser portadores
de un ritmo exclusivo
e intransferible,
el que tiene un cachorro
siendo amamantado
por su madre.
Escuchar el latido
a través de la piel
es una verdad absoluta;
una pregunta
que obtiene
una respuesta automática;
un arma que no mata personas,
sino que posibilita
la negociación empírica
entre dos corazones.
Uno más desarrollado
que el otro,
pero con las mismas
necesidades intrínsecas
independientemente
de su longevidad.
Siempre se puede
aprender algo nuevo,
y esto de lo que escribo,
por alguna razón
que desconozco,
casi siempre es
un territorio inexplorado.
Así que si no
lo has hecho ya,
corre hacia tu hij@,
agáchate,
posa tu oreja en su pecho
y prepara el oído
para escuchar cosas
que no sabías que existían.
Estamos en primero
en materia de comunicación,
y los medios y las editoriales,
por suerte,
todavía no están compradas.
Blíndalo como
si te aferrases
al último aliento
de tu existencia
y luego,
si puedes y quieres,
vienes y me cuentas
de qué va esto
de la crianza.
De nada.
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