como tu abuela y tu madre,
te dice que no le acostumbres
a los brazos
y que la pongas
boca abajo
para que ejercite
los músculos del cuello.
Cuando llevas mucho rato
con tu cuerpo encajado al suyo
y los huesos y articulaciones
están al límite.
Cuando has bailado
durante horas
y la coreografía
no encuentra nuevos ritmos.
Cuando has caminado
por sitios
que nos son para caminar
pero crees
que la etapa
merece la pena.
Cuando crees
que los has intentado todo
y que ha llegado
el momento de parar.
Es justo ahí,
cuando todas las cosas
anteriores ya se han agotado,
cuando decides
que tienes que dejarla
como una hoja
que cae del árbol
en la cama, en la cuna
en el sofá
o incluso en el suelo.
A estas alturas,
cualquier superficie
menos tu propio cuerpo
es válida.
Y comienza
la función estrella
del circo.
La del espectáculo
de magia
de dejarla sola
sin que se despierte.
Y claro,
todavía nadie
ha descubierto el truco.
Acoger posturas
inverosímiles
llevando al límite
tú flexibilidad corporal.
Con pequeños tiempos
de descanso
donde te quedas quieto,
paralizado,
tan inmóvil
como un objeto sin vida
para que ella
no note la diferencia
del peso y la materia.
Pero aunque los matices
sean muy sutiles,
ell@s están diseñad@s
genéticamente
para identificar
cualquier cambio en el roce,
por muy pequeño que sea.
Aprendes a no respirar
durante muchos segundos
creyendo que así
el ambiente
se mantiene intacto.
Pero nos equivocamos
como se equivoca
mi gato al esconderse
tras una cortina translúcida,
creyendo que está escondido
y preparado para saltar
sobre su presa.
Aquí los elementos sorpresa
no existen.
Media hora retorciendo
cada parte de tu cuerpo,
incluso algunas
que no sabías que existían
para entregar el suyo
a otros lugares.
Pero su sentido del tacto
es mucho más inteligente
que tú,
y más tenaz.
Así que dan igual
todos los esfuerzos
que deposites
y todo el tiempo
que inviertas
porque siempre,
y digo siempre
como una certeza empírica,
siempre van a percatarse
de la treta.
Y hay que reconocer
que llevan razón.
Han venido a este mundo
para estar acompañad@s
sin descanso.
Así que cuando crees
que has ganado,
que el silencio
y la quietud
son tus aliadas,
algo se mueve
desde su más profunda esencia
para recordarte
que no puedes irte,
que no debes dejarla sola,
que quiere ser cogida
y acogida
por todo el esplendor
del amor que puedas ofrecerla.
Las pediatras,
las abuelas
y las madres
también se equivocan.
No es cuestión
de que se acostumbren,
es cuestión
de que nos necesitan
para en un futuro
poder desprenderse
poquito a poco
y con empatía
de lo que luego
toda la vida
echaremos en falta.
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