Nos lo dijo con
contundencia.
Firme y convencido
de no querer
seguir creciendo.
No son pocas las veces
que nos gustaría
que este postulado
fuese cierto.
Echando la vista atrás,
desde que nacen
no hacemos más
que exigirles cosas,
cambios, conquistas.
Nada tiene que ver
con cómo
se hacía antes.
Ahora sabemos más
y hay más respeto
por medio,
pero sigue preponderando
la larga lista
de tareas pendientes
que les exigimos
las adultas.
A los 8 meses
comenzó la Escuela
en un nivel que se
le venía grande,
aunque luego acabase
ganando el trofeo a la garra.
Pese a las bajas de mapaternidad
y la excedencia,
no pudimos alargar más
nuestro acompañamiento,
porque nuestras leyes
y nuestros trabajos
nos obligan a una
separación prematura.
Aquí aprendí
que mi condición
de imprescindible
era solo para con mi hijo.
Al poquito tiempo
le sentaron en silla
sin estar preparado
físicamente para ello
en el momento de la comida,
mientras que en casa
le garantizábamos
el regazo que tanto
les aporta durante
los primeros meses.
Esto tiene que ver
con el vínculo
y el esquema coporal.
Coincidiendo con
el inicio de su marcha,
un 14 de diciembre
a una semana de
cumplir el año,
le propusimos
la emancipación habitacional.
Sin rechistar
se fue a su nuevo espacio
para aprender a dormir
en soledad.
Nosotras no optamos
nunca por el colecho,
pero nos encantaba
cuando atravesaba el salón
para escalar nuestra cama
y acoplarse en medio.
Antes que eso,
en un verano infernal,
le echamos una colchoneta
al suelo para
que fuera familiarizándose
con el modo en que
se echan la siesta
en Los Juncos,
a la orilla del río.
También sobre su
primer aniversario
le quitamos la toma
de biberón
de la madrugada
por eso de considerar
que su alimentación
ya estaba más
que complementada.
Esas vigilias nocturnas
supusieron un acompañamiento
extremo hasta llegar
a superar ese momento
íntimo a deshoras.
Lo que hicimos bien
fue hacerlo
durante las vacaciones,
para contar con
el tiempo suficiente
que hace que se consoliden
el hábito y la rutina.
Poquito a poco
fuimos eliminando el carro,
hasta que a los dos años
y un trimestre
despareció
por completo
en un maletero-desván.
¿Me coges?
nos decía cada pocos metros
que conseguíamos
avanzar andando
el kilómetro y trescientos metros
desde casa de l@s abuel@s
hasta La Mariana.
La última vez
que lo utilizamos
fue en las largas
excursiones de las
vacaciones del Norte.
A los dos años y medio
fuera pañal.
En este ocasión
por increíble
que parezca
para l@s que no tenéis
conocimientos
y/o interés
en estos temas,
fue él quién
tomó la decisión.
Llevaba desde
el confinamiento
dando las señales
pertinentes para
controlar los esfínteres.
Todavía recuerdo
su primera caca
en el orinal rosa,
si, esto también
os hará ilusión.
Desde el día
que se lo quitó
no volvió a pedirlo.
El proceso
no estuvo exento
de fugas y negociaciones.
Teníanos el punto de mira
puesto en el cole de mayores,
el máximo exponente
de institución
que no transiciona
con el debido respeto
los cambios que acontecen,
sino que exige y prohíbe
con dureza
para que te vayas
acostumbrando a la
corrupción adulta.
A la vuelta de nuestras
terceras vacaciones
estivales siempre
con rumbo al norte,
puso el chupete
en la estantería
y desde entonces
ahí sigue, esperando
sin esperanza
ser succionado.
Conciliar el sueño
pasó por algo más
de movimiento,
angustia y desolación,
pero al tercer día
de no utilizarlo
no volvió
a pedirlo nunca.
No hubo resurrección.
Cuando juega con sus bebés,
nunca le he visto
ponerles chupetes,
imagino por el miedo
de la nostalgia y la recaída.
Cómo alguna vez he dicho,
pocas cosas me gustan tanto
como un niño con chupete.
Bueno, estas son
algunas de las cosas
que le hemos exigido
directa o indirectamente
cumplir.
Una lista de checkings
demasiado larga
para la edad que tiene,
pero que bien por
presiones del sistema
o por nuestras santas
mediocridades,
le hemos forzado
a conquistar.
Y sin rechistar
aquí está él.
No sabemos si habrá
algún tipo de consecuencia
en el futuro.
Seguimos esperando
y somos conscientes
de las contradicciones.
Lo hemos hecho
como mejor hemos podido
siempre teniéndole
en el foco de nuestro objeto.
Por desgracia,
eso no quiere decir
que se haya hecho
de la forma más adecuada.
La última exigencia
ha sido quitarle
la bañera
de plástico roja
y ducharle de pie,
por una cuestión de comodidad
y ahorro de agua
por nuestra parte.
Lo que todavía
no hemos conseguido
chequear
ha sido la retirada
del biberón
de cuando se levanta.
Esa especie de teta,
sin serlo,
que le damos al levantarse
en forma de momento
exclusivo, íntimo,
NUESTRO.
No os atreváis a juzgarlo
porque yo no juzgo
las vuestras,
y recordad
que mi hijo
y la que será mi hija,
siempre estarán
por encima de cualquier
cosa o persona
que no nos aporte
beneficios.
Rompo la cuarta pared
para pedirte perdón, hijo,
por todas las exigencias
a las que te has visto sometido.
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