pueden tener hij@s.
Esos hij@s serán
l@s fascistas del mañana.
El contraste brutal
entre los obreros
sudamericanos
y subsaharianos
y los pijos con ropa cara.
'Los de fuera'
arreglando las calles
a 'los de dentro',
patriotas de pulseritas
del chino, corbata
y perfume del Mercadona.
Con sus barbas perfiladas
y sus peinados pomposos
de señoras de buena cuna.
Más sindicalismo
de los setenta
y menos percha
de posguerra.
Caminaba con un
asco inaudito
a lo que acostumbro.
Escaparates de lujo minimalistas
con su fachada limpia
supremacista.
En alguna esquina,
castillos de cartón y mantas
esperando la paliza
de su vida,
por algún grupo
de 'gintoners'
con sed de sangre.
El taconeo taladrante
que me reventaban los oídos.
Las miradas altivas
con sabor a golpismo.
Vi chicas con cofias
caminar apresuradas.
Pijas vestidas de runners
a 200 pavos
la indumentaria,
con gafas de sol
de Gucci
y peinados de boda.
Cicuentones canosos
con chalecos
y halos de puteros.
Niñ@s de uniforme
religioso
repeinad@s con la raya
a la derecha o en el centro
con meriendas
que no eran suyas.
Y algún que otro
sujeto, intruso,
sospechoso, ajeno
y extranjero
como yo.
Calles con fragancia
a exclusión,
banderas bien tendidas
de los majestuosos balcones
y ruidos de coches
de alta gama
que no pasan las noches
en las calles,
con polvo blanco y químico
en las guanteras.
No tienen palomas
porque no tienen parques.
No tienen ratas
porque se las han comido
de madrugada.
Y bebés en carros
de miles de euros
que cuarenta años después
explotarán a sus trabajadoras,
como mínimo.
Mucha más gente
sin mascarilla
de la que nunca
he visto en mi barrio.
Porque claro,
ell@s están
por encima
de la salud pública,
principalmente
por su dinero
y seguros privados.
Porque para ell@s
una PCR
es como para el pobre
comprarse la barra
de pan diaria.
Sentí tanto asco
y odio y miedo
que se me aceleró
el pulso y los nervios
y la fatiga.
La impotencia, el dolor
y la rabia.
Lo de siempre.
Los de arriba
y las de abajo.
Porque en la zona rica
también mandan los hombres,
ahí no hay diferencias sociales,
sólo matices sutiles
que hace que la violencia
sufra transformaciones continuas
hacia la mujer
por el hecho de ser mujer.
Fui a recoger
la cesta de Navidad
de mi mujer.
Un conglomerado
de productos gourmet
con denominación de origen
y sello español.
Del aspecto
del comercio justo y sostenible
ya para la próxima.
Una ristra de tardofranquistas
que se alimentan
de elitismos y privilegios
heredados.
También lo de siempre.
Lo que pasa es que no son más,
ya lo dijeron Pablo y Yolanda
entre otras,
pero siempre acaban ganando.
Y no sólo eso,
sino que además
convencen al pobre
para que les limpien
los zapatos castellanos,
sin garantías ni ápices
de mejoras laborales
mientras los campos,
también castellanos,
arden para ser urbanizados.
Núñez de Balboa,
el barrio Salamanca
y un ejército de idiotas.
Majaras.
Maharajás que odian
a l@s indues
por el hecho de tener
otro tono de piel
y otro idioma.
Y si es homosexual
peor aún.
Y si es mujer
apaga y vámonos.
Todo eso se respira
en esas calles
que no dejan ver el cielo
en el que dicen creer,
pero sólo los domingos.
Posturetas de pandereta.
El resto de días
son esbirros,
malos bichos,
que si pudieran
hacerlo sin consecuencias,
ta harían desaparecer a tí
y a tu periferia.
Pero a mí me pasa lo mismo.
El miedo que me da
es que algún día
me den igual
las consecuencias.
Estará el que diga
que son prejuicios.
Los habrá que digan
que es poesía.
Os equivocais todas.
Son balas muertas de risa,
cansadas de esperar a oscuras,
dispuestas a cambiar
nuestras vidas.
Menos calles Ayalas
y más bibliotecas Francisco Ayala.
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