lunes, 27 de marzo de 2023

La balada de San Saturio

Dejamos plantado a Madrid
para irnos a celebrar el cumple
a los Campos de Castilla
de Machado, Soria.
El Día del Padre,
lo utilizamos para atajar
los preparativos,
tenemos claras nuestras preferencias.
Cuatro días y un cambio
de turno después,
partíamos medio voladas
con la ilusión desbordada
del bolsillo del macuto.
Comentamos la jugada
mientras l@s cachorr@s dormían,
recogiendo humildes
todos los acontecimientos
de la semana
y repasando la lista de enseres.
Esta vez solo se nos
olvidó el café.

Botella y media de pis más tarde,
atravesamos Soria por el centro
porque lo de las circunvalaciones
son cosas del futuro
y preferimos seguir siendo
transversales.
El apartamento, en la Calle Postas,
a medio camino del río
y a medio camino del Casco.
Nuestro reencuentro
con el Palacio de la Audiencia
donde nos hicimos esa foto
con Mario Carnero,
para nada un personaje ilustre
de la ciudad,
y donde volvimos a saludar
a Leonor Izquierdo
tras una decena de años,
en pijama,
rompiendo con el contraste
románico del centro.
El Olmo centenario,
el poema a la enfermedad,
la tumba del cementerio.

La ciudad amable
donde estuvo 5 años el Profesor
y ahora fueron l@s cachorr@s
l@s que se metieron
en el instituto al que da nombre
y donde impartió clase,
para saborear un poquito
de la Generación del 98.
Aquella noche,
sopló las velas
en una tarta de manzana,
con el 36 a la espalda
y una cuna de viaje
por la que han pasado 
varias generaciones.
Bebés anónimos que,
quién sabe
si son o serán poetas ilustres
que también pasaron o pasarán por Soria.

Para no cambiar rutinas,
a las 06.00 arriba,
no hay tiempo que perder
en nuestro paseo monumental.
Aquí ya camina todo el mundo,
por lo que el proceso
coge velocidad y algo más de diversión.
El dinosaurio,
los torreznos,
la camiseta del Numancia a 60 pavos y
el mapa que dibujamos con rotuladores.
De abajo a arriba
el Parque de la Alameda,
donde el mayor
ya intuye las letras gigantes.
Y de arriba a abajo,
para llegar la Museo Numantino,
un recorrido arqueológico,
rápido y gratuito
porque de esto,
no es que entendamos mucho.

Aparece la tos,
los dolores de garganta y barriga,
y la fiebre, la maldita fiebre
que me revuelve todo el cuerpo.
Aperitivo en el Círculo de la Amistad
del que no somos socias
pero sí militantes,
así que no tenemos derecho
a los sofás de cuero
pero podemos verlos
a través de la cristalera.
Un lugar de encuentro, cultura y poesía.
Subimos en ascensor
a la Casa de los Poetas
para seguir engordando la memoria
y la democracia.
Gerardo Diego,
de la Generación del 27
desde fuera,
mientras tomaba un café
nos lo dijo.
Él murió
y nació ella,
en el ochenta y siete.

Había que coger fuerzas
para el río.
Fue el viaje en el
que el objetivo se me desenfocó,
en el que no supimos
cogerle el truco
a la cámara instantánea,
en el que utilizamos
los mierdas de píxeles de
nuestros móviles
aplazando la calidad audiovisual
para otros menesteres.
Así que bajamos 
la Calle Postas y Cruzamos
por el Puente Medieval;
a mano izquierda
el Monasterio de San Juan de Duero,
Bécquer y un gato negro,
ambas esculturas.
Les hizo mucha gracia
y led contamos algunos secretos
que todavía nos faltaban por contar.
La arconada del Siglo XII,
el seguraya que nos regañó
por tirar piedras
y el muro de piedra
que saltaron de la mano
sin pensárselo dos veces.

Nos esperaba el Paseo de San Saturio,
el de l@s enamorad@s,
del mismo que se enamoraron
mamá y papá años atrás.
Con su pasarela de madera,
los juncos de la orilla,
los árboles caídos
formando isletas,
el agua amarillenta
de las embestidas del sol
y el piar de los pájaros escondidos.
La de veces que te cogimos
en brazos,
no por los kilómetros,
sino por la puta fiebre.
Pero llegamos a la ermita
construida en la mismísima cueva
y nos adentramos sin carro 
para dejar su primera reseña
en un libro de visitas.

Volvemos a cruzar un puente,
esta vez metálico y con candados,
para emprender el camino de regreso
entre parques de hierba,
tirolinas, rocódromos 
y monstruos marinos.
Las hazañas infantiles lo son,
precisamente,
porque siempre tienen
la suficiente importancia
como para ser reconocidas
abiertamente.
Es verdad
que cada un@
a su ritmo
y con sus procesos,
pero el relato, la descripción
y la posterior celebración
siempre presentes, Comandantes.

Llegamos al pisito 
de la Calle Postas
para no darnos el baño colectivo
que nos prometimos.
Que si persecuciones por allí,
que sí esconderse debajo
de la cama por allá,
que sí mamá y papá recogiendo
y organizando como pueden...
...mientras se desarrolla la convivencia
compleja y ociosa al mismo tiempo
a la que estamos acostumbradas.
Tanta tralla y tanto tute
tienen sus consecuencias:
fiebres altas, legañas en los ojos,
toses que duelen,
estreñimientos varios,
mamá experta en adaptarse
y papá experto en preocuparse.
Te debemos un montón Soria,
pero ya te hemos regalado 
a nuestr@s hij@s,
en paz y hasta la próxima.

De vuelta al Madrid
de mis mil odios
y mis 500 amores,
renunciamos al pueblo de Almazán
y la baza de Sigüenza nos salió rana,
pero había que intentarlo,
aunque fuera por el pincho de tortilla.
Otro viaje para la colección
de los viajes con los que
no contábamos,
precisamente
porque nos dimos el permiso
de dejarnos sorprender.
Ya llegará,
pero ahora no me imagino
ningún viaje si no es
con todas las integrantes a cuestas,
porque tenemos mucho que contaros,
porque tenéis mucho que enseñarnos,
demasiado, todavia,
como para que nadie piense
en emanciparse.
Sé que esto es pasajero,
pero en lo que dure el trayecto,
pienso proporcionaros
lo más bello,
aquellos recuerdos perennes
que aunque se difuminen,
nunca dejarán de existir.

Ojalá encontréis a una
o varias personas
una décima parte
de lo que implica vuestra madre,
tendríais la vida hecha.
Gracias Soria,
gracias familia,
gracias viajes.


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