lunes, 13 de marzo de 2023

Aceras levantadas

Adoquines levantados
de una acera anónima
en un barrio cualquiera
con vecinas extraordinarias.
Aceras por donde 
transitamos a duras penas
porque las buenas calles
no están hechas para
la clase obrera,
sino que se diseñan
para las élites, los pijos
y los vehículos.

Recorrer una acera
que pareciera
una montaña de piedras,
serpenteando los boquetes
y saltando los salientes.
Armada
con mierdas de perro,
gapos y folletos inmobiliarios.
Todo el mundo contribuye
al caos de lo inaccesible.
Árboles torcidos
en macetas cementadas,
vallas oxidadas
y ruidos insoportables.
De los olores me desprendí
hace tiempo,
en este caso para mi suerte.

Ya no es solo 
por la vecina que sube y baja
con su compra,
sino también por la octogenaria
que se abre paso con su bastón,
o por la persona invidente
y todas las trampas que no ve,
o por quien atraviesa
un paraje hostil
con su silla de ruedas,
o por el bebé en su carro
tirado por su padre
sin amotriguaciones,
ni seguro que cubra los daños.

Solo falta que las alcantarillas
fueran un géiser
que despiden con brutalidad
las aguas fecales
de los altos mandos
del Ayuntamiento.
O que pusieran agentes fronterizos
para pasar de una zona arrasada
a otra zona sin alma.
O que directamente
el espacio de la carretera
se comiera lo poco
que nos queda a l@s transeúntes.
Las aceras también son
un reflejo de la clase social
y no hay serie de ficción
que lo demuestre mejor.

Caminar con impotencia,
odio y resentimiento
porque el paso del tiempo
no sirve para arreglar estas cosas.
Todo lo contrario,
se perpetúa el estatus,
se consolida la condición,
se normaliza el Estado.
Da igual que pongan
más papeleras,
las farolas siguen sin dar luz
mientras que los semáforos
dominan el campo de batalla.
Caminar solo o acompañado,
solo cambia el medio
con el que expresamos
toda la mierda que soportamos,
o bien para los adentros,
o bien en conversaciones vanales
de ascensores que no existen
porque no queda espacio
para la reforma de los edificios.

Aceras levantadas
son uno de los tantos lastres
que arrastran nuestros barrios
como señal inequívoca
de origen, pertenencia y defensa
de la precariedad.
Cuando ya no lo estén,
no habremos ganado
ninguna batalla,
pero estaremos más cerca
de la justicia
y de todas las conquistas
que nos merecemos
como barrio humilde.
Si han de servir para algo,
que sea para levantar
sus adoquines,
y lanzarlos con rabia,
en la dirección que quieras,
cómo cuando incrustas tus pies
en alguna de sus aristas.

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