sigo en la cama
y a mucha honra,
pero el verano se acerca,
veremos...
Tal y como me hacían de pequeño,
cojo ahora a mi hijo
en volandas
y le llevo del sofá a la cama
completamente dormido,
con una respiración profunda
y la baba cayendo
por su margen izquierda
de la cara.
Sigue sin pesarme nada,
como una hoja al viento
o como el peso de la tinta
en un papel.
Tener grabado cada milímetro
de su cuerpo,
me permite anticipar
las operaciones matemáticas
necesarias
como para que la acción
del recogimiento
no me suponga apenas esfuerzos.
Previamente preparo su cama,
echando el edredón hacia atrás,
los cojines al suelo
y el gato al mueble.
Meto mi brazo
por debajo de la almohada
como si fuera una excavadora precisa,
para amoldar mi extremidad
a su cuello
y que la sensación de vacío
siga permanecieneo ausente.
Con el izquierdo,
le abrazo la cadera
con la fuerza suficiente
como para saber
que jamás le soltaré
en el borde del precipicio.
Sus piernas de cuello de jirafa,
vuelan rígidas sin soporte
como cuando aprietas
la parte del pincho del compás.
Hasta que le poso en la cama
con la inercia de una caída
agradable y planificada,
haciendo mis brazos de palanca
y mi pecho de fuerza centrípeta.
Luego le arropo
hasta las omóplatos,
le retiro el flequillo de la cara
y le beso en la frente
con la actitud más paternalista
que tengo.
Un 'buenas noches hijo,
te quiero muchísimo',
dejar abiertas algunas rendijas
de la persiana
para que tenga algo de luz
por si se despierta
y cerrar la puerta al salir
para que no entre el gato
a ronronearle en sueños.
Todo eso implica el viaje
en volandas del sofá a la cama,
con la consecuencia directa
de perderse el cuento
y el ritual de frases,
la manera en que rezamos
en esta casa.
Creo recordar que yo no vi
tanta tele como ve mi hijo
a su edad,
es algo con lo que estamos luchando.
No es grave pero sí importante.
Se autorregula bastante bien
porque las ganas de jugar le pueden.
Pero el momento de relajarse
en el sofá después de cenar
le gusta mucho.
Y es más cómodo para nosotras
aunque no sea lo más deseable
porque se duerme solo
mientras seguimos avanzando
en las tareas.
Pero nos perdemos cosas transcendentales
como llevarle en posición
de murciélago al baño
para lavarse los dientes;
la elección libre de cuentos
que contarnos
para conciliar el sueño
pensando en aquellos
personajes fantásticos;
la de darnos besos y abrazos
conscientes y recíprocos
deseándonos las buenas noches;
la de encontrarnos en medio
de ese momento donde
la respiración cambia
como señal de que se ha dormido;
la de contarnos nuestro día
a oscuras decidiendo
qué y cómo contarlo.
Como casi siempre,
todo tiene sus pros y sus contras
y tenemos que aprender
a lidiar con ello;
sacándole el máximo rédito
a cada oportunidad que nos brinde
la apertura y la transparencia
de las cosas bien hechas.
La de pedirse perdón,
si hace falta,
para dejar la cuenta a cero
y prepararse inminentemente
para la siguiente equivocación.
La de ponerse el pijama,
si es que no ha dado tiempo antes,
para sentir el tacto que te mereces.
La de preparar alguna cosa
del día siguiente
si es que te llegan las fuerzas
para intentar allanar el madrugón.
Y la de compartir,
ahora sí y a solas,
una conversación adulta
que siempre se acaba
llenando de infancia.
Mientras,
la otra,
en su cuna,
sin connotación de
lejanía y extrañeza,
yace en sueños
a su ritmo,
con su postura
y su estilo
de abarcar una cuna con barrotes
que no es capaz de aglutinar
todos sus descubrimientos.
Esperando su turno,
dentro de un tiempo,
hasta que también sea ella
la transportada en volandas.
Y vuelta a empezar.