jueves, 2 de septiembre de 2021

La balada de Suances

Otro verano
más que merecido,
que hacemos
de avanzadilla
hacia el norte.

Las cosas han cambiado
un poquillo.
Tú vas atrás,
sin acompañamiento directo.
Yo sigo siendo 
el mejor copiloto.
Y mamá suma
kilómetros (1720),
otra vez con
la barriga en alza.
Nada podía fallar
y nada falló.
Resolvimos los conflictos
sabiendo que alguien más
venía de camino.

De nuevo la playa,
inmensa,
te hizo el pasillo
hacia la gloria.
Carreteras invadidas
de vacas, caballos,
burros, ovejas,
cabras y babosas.
Con eso ya tenías
suficiente,
pero mamá y papá
te lo queríamos
mostrar todo,
para que cuando no estemos,
partas del techo
en lugar del suelo.

Nos hicimos Los Locos
en una playa acorralada.
Soplamos fuerte
dentro de una cueva
para que salieran
todas las estrellas.
Hicimos equilibrios
en acantilados
nacidos de la fuerza del agua
con molinos a pie de mar.
Visitamos un bosque
de Secuoyas
para recordarnos que somos
insignificantes,
pero también legendarias.
Exploramos miradores,
conquistamos castillos
y volvimos a pueblos
que habían perdido
todo su encanto
debido a la masificación.

Gente,
demasiada gente;
pero están en su derecho,
al fin y la cabo
nosotras también
formamos parte.
Nos llegaron a decir
que Cantabria
estaba infestada
de gente de Madrid y Euskadi.

Nos adentramos en
hábitats y ecosistemas
artificiales,
con especies
que no conocías,
que estaban muy lejos
de su casa.
Hablo de las contradicciones
y de las incoherencias
en la crianza.
Sí, nosotras también
pasamos por el aro.
Nada nos hace especiales
ni mejores.

Así transcurrieron
nuestros días en Suances,
con camiseta de manga larga
y sudadera.
Encontramos justo
lo que estábamos buscando.

Otra vez un colecho
exclusivo de las vacaciones.
Y otra vez una 
clínica privada,
pero por motivos
más amables.
Vimos su cuerpo,
sus formas,
el relieve de su silueta,
el latido del corazón
sonando descontrolado.
Sesenta pavos.

Nos emboscaron
algunas nubes
en la bahía de Santander.
Cenamos pizza
con sabor alicantino.
Y nos acordamos del Titi
comprándole
la ya tradicional
camiseta de fútbol local.
Nos hartamos de embutido
e hidratos.
Hicimos nuestros,
parques bien pensados.
Nos arropamos
por las noches
como el deseo 
mejor cumplido del verano,
cada vez más urgentes.
Y montaste delante
en el coche de mamá,
con papá,
saltándonos las normas
en un micro cosmos
con retales de paraíso,
para que sintieras
la emergente sensación
de vacío de las cuestas abajo.

Hemos vuelto a bailar
en el norte.
Ya sin sustos
ni complejos.
Habiendo aprendido
en escasos días
más cosas,
que en un curso
de un sistema precario.
Te ofrecimos dejarle
el chupete a los elefantes
de Cabárceno,
pero de un trompazo
y sin lamentos,
preferiste emplazarte
a la vuelta,
en casa, 
sin elementos mágicos
ni virguerías innecesarias.

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