Tendríamos que hablar más
de nuestras palabras favoritas;
aquellas que utilizamos
como el as en la manga
que siempre llevamos;
o como ese gustito
que te da
al pronunciarlas;
o como ese cuidado
que tienes
de utilizarlas
en su adecuado contexto.
A las palabras
también se las acompaña,
y se las mima,
y se las quiere.
Y quien no,
que pierda la voz,
que no pueda
escuchar de si mismo,
la melodía de la unión
de las letras,
desgraciados.
Las palabras se descubren,
te sorprenden,
las encuentras azar,
causa o coincidencia.
Las aprendes, las interiorizas,
las practicas, las incluyes
en la memoria
de las cosas importantes.
Las conjugas, las concuerdas,
las inventas y las mal usas.
Las palabras son agradecidas
aunque no satisfagan
tus gustos.
Son de ida y vuelta
y dramáticas.
Interpretables y necesarias.
Todas las palabras son preciosas,
lo feo es cómo las escribes.
Las palabras son la
primera y última cosa
con condición
de hermanas
y de únicas
al mismo tiempo.
Son para fliparlo.
Merece la pena
y mucho más la alegría,
tener una lista favorita
en tu bolsillo.
Y jugarlas, y adornarlas,
y utilizarlas deliberadamente
para el bien.
Que hagan historia,
que sean festivas,
que se follen
las unas a las otras
mientras los mediocres
se matan a pajas.
'Marcar la diferencia'
son tres palabras
intransferibles,
vitalicias,
sempiternas.
El blindaje del arte
de lo oral,
de lo escrito,
de lo escuchado.
Son procrastinadoras
de lo que tenemos pendiente
de manera urgente.
Las palabras tienen
sus sinónimos,
pero no se pueden
sustituir en esencia;
y tienen sus antónimos,
pero nunca ha habido
guerra entre ellas.
La pena es que no hayan
conseguido emanciparse
del ser humano.
¿Os podéis imaginar
a una palabra
cruzando un paso de cebra?
¿O sujetando una puerta al pasar?
¿O paseando a un perro?
Antológico.
Dicen de la comida,
del agua
o del aire,
pero sin palabras
no somos nada
ni nadie.
Las tres palabras del título
sólo son una muestra,
una excusa,
un enaltecimiento
de mi ciencia favorita.
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