sábado, 8 de septiembre de 2018

La balada del Levante

Otro año
de vacaciones
a lugares bonitos
(y húmedos),
más cargados
que nunca,
más pesados
que entonces.

Un sitio llamado
"Valentia",
sin tilde,
judíos,
templarios
y godos,
dos calles
que te llevan
a Roma
en línea recta
y una deuda
kilométrica.

La playa,
el paseo,
el puerto,
las promesas.

El acompañamiento.

Un piso para
cinco huéspedes
con una cuna vacía.
Barriga llena.
El Arte
y las Ciencias
con ciudad propia
y un río
ajardinado
que no lleva agua
sino parques.
Una familia que
vive en la huerta
valenciana
y nos acoge
en su cristalera
plegada
con vistas al mar
por un huequito
chiquito.

Primer festival
juntas,
las dos,
ella y yo;
l@s tres,
ella, él y yo,
no será el último.
Estamos muy de M.O.D.A.
Besos de Contrabando.

Tierra de Papas
(otra vez si tilde)
y fuentes
de veinticinco chorros.
Un calor que asfixia.
Las calles limpias.
Cama de dos por dos.
La paella en ejército
nos acorrala
y una siesta
de más de tres horas
nos avala.
El castillo imponente
en lo alto
de la montaña
vigila a su pueblo
de cuestas de hierro
y adornos del medievo.

Rumbo al abismo
la carretera
desaparece
en el hoyo
de una colina
que da sombra
a sus casas blancas
por la tarde
que esconden
más de lo que enseñan.
Entre cuevas,
caracoles
y vecinas
que se juntan
muy lejos
de sus hogares.
Mirando a través
de las rejas
aparece la hoz
de un río explotado
instantes antes
de casarse.
Un puente romano
y una botella
de vino
que nos tomarempos
el año que viene.

Casi mil kilómetros.
Otro viaje itinerante
a nuestra puta bola
("Tranqui por mi camino"
aunque no te mole).

Casas de unos
tal "Benítez",
barbacoa,
piscina de metal
y el entrenador
de mi vida.

Volvimos 
sin probar 
la horchata
sabiendo
que nuestra Casa
lo iba a seguir siendo.

Foto realizada en el Castillo de Xátiva.
"La Balada del Levante"

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