Nunca me motivó
el tema del coche,
ni siquiera
en pleno apogeo
de la adolescencia.
Me apunté
por primera vez
con 19 años.
Acudí a clase
sin interés
ni perspectiva.
Así me pasó,
ocho fallos
en la primera
convocatoria...
...no hubo segunda.
Pasó el tiempo
acompañado
de la presión social
y con un poco
más de intención
me volví
a apuntar
con 24 años.
Muchos factores
influyeron,
entre ellos
la soledad
que me ocupaba
en aquel momento.
El incentivo
no fue suficiente.
Batí el récord
de los gilipollas
y no me presenté
ni a la primera
convocatoria.
Se volvía a cumplir
la profecía
de no acabar
lo que empezaba.
Otra vez la presión
me acorralaba;
que si es necesario
para viajes,
que me vendría bien
para encontrar trabajo,
que es muy cómodo
para la vida en general...
nadie llegaba
a comprender
por más que
lo explicaba
que todos esos
argumentos resultaban
intrascendentales
para poder hacerlo.
Hasta que un día
encontré
el motivo perfecto,
la conclusión pactada,
la decisión meditada,
el objetivo oportuno,
la única ilusión posible
que me iba a permitir
conseguirlo.
No sé si es cierto
el dicho
de que a la tercera
va la vencida
pero,
esta misma noche,
me apunto a
la autoescuela.
Nota de autor: escrito el 3 de Mayo del 2018, por un motivo muy concreto.
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