Escupo
cuando
algo
me
causa
rechazo.
Expulso
de mí,
en estado
salivado,
el veneno
que me produce
la rabia.
En Verano
escupo más,
lo mismo
que me pasa
los Domingos.
Escupo
sin miramientos
a diestro
y siniestro,
la flema
y la flama
de todo lo
que me sobra.
Escupo
como si eso
fuera a solucionar
algo,
como si
desprenderme
del peso
que arrastro
fuera tan fácil.
Y vuelvo
a escupir
infinidad
de veces
hasta que llega
la noche que,
todavía con
luz solar,
me brinda
la oportunidad
del arrepentimiento
humilde
y del propósito
certero
de no volverlo
a hacer.
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