Relucía de una forma rara,
distinta, atípica para
lo que estoy acostumbrado.
Yo también iba
extrañamente nervioso
creyendo que su inocencia
no le iba a dejar situarse
en un evento casi televisado.
Me equivoqué
como otras tantas veces.
Allí estaba sentado en el suelo,
observando atento
cómo se movía todo,
cómo cambiaba el escenario,
cómo cada vez entraba más gente
hasta que me vio
y sonrió tranquilo y complaciente
para la primera foto.
Le hice saber
ochenta veces
ya no solo que había llegado
a tiempo,
sino que estaba completamente
emocionado por acompañarle.
En un instante,
el salón de actos
quedó congelado
y el crucifijo
de la pared izquierda
se hizo tan pequeño
como un mosquito.
Y le vi bailar,
bailar una de pachangueo
con su amiga Azahara,
en pareja,
con una actitud tan icónica
que por momentos
pensaba que no podía
ser mi hijo.
Pero vaya si lo era.
Era Enzo desatado,
afrontando con su estilo
un día que todo el mundo
le habíamos dicho
que era importante.
Sinceramente,
creo que se la sudó el mundo,
y yo que me alegro.
Decidió con plena autonomía
asumir y validar sus emociones
a través del movimiento,
como casi siempre hace,
pero esta vez de una manera
coreografiada, ciertamente estética
y en coordinación
con el pacto grupal.
Qué bonito lo hizo, joder.
Qué carisma y que derroche
de personalidad, como cuando
a los cuatro meses
ya llevaba cresta.
Continuó la fiesta
con una perfecta armonía
donde cumplí
el objetivo diario de pasos
de mi pulsera de actividad
buscando el mejor encuadre
para las fotografías y los vídeos.
Porque había normas,
pero me las salté todas
sin molestar a nadie
para llegar más veces
y mejor a mi hijo.
Por momentos pareció
que solo estábamos él y yo,
solos, él y yo.
Repasé torpe y rápidamente
toda la etapa,
tan llena de sorpresas agradables
como de mediocridades evitables.
Sentí otra vez el orgullo
por un hijo
que posee dignidad
con solo cinco años.
Me cagué vivo
por cómo había
pasado el tiempo
casi sin darme cuenta
de todo lo que había crecido.
Asusta y duele pensar,
en todos los momentos
que no has podido
profundizar lo que te hubiera gustado.
Las actuaciones
fueron estelares
y en mi objetivo solo
cabía él,
siendo honestos,
yo no fui más que para decirle
con mi presencia
qué ahí estaba su padre,
que aunque me gustaría más,
siempre lucho
contra las condiciones desfavorables
para abatirlas en duelo
y salir victorioso.
No siempre lo consigo,
pero en un acritud
no me gana nadie.
También estaba tu madre,
tan gigante como eterna,
tu primera persona
y de la que viniste
en ultima instancia.
Mamá y yo
lloramos de la mano
y nos miramos
sin decir nada
porque no había palabras,
solo sensaciones
comúnmente extraordinarias
siempre que tienen
que ver contigo.
Enzo Candel Ruiz,
dijeron por el micrófono.
Te levantaste humilde
y precavido,
sujetaste un diploma
que solo es papel
y te grité
por última vez
entre aplausos:
"¡Vamos cachorro!",
para irme sin mirar atrás
con el corazón a mil,
por fuera del pecho
y las ganas satisfechas.
Gracias por darme otra lección.
_A mi hijo que se va a Primaria_
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