el pensamiento
y el pensamiento
es estructurado por el lenguaje,
seguimos cayendo en la
trampa sibilina
de los que un día
atribuyeron
el significado
a los conceptos
de genitales,
como adjetivos calificativos
positivos y negativos.
No se libran
ni las empoderadas
por eso de que nadie
se libra de algún que otro
micromachismo.
Ya no solo se pone
en cuestión el lenguaje inclusivo
desde la RAE
o desde la polla vieja
de Pérez Reverte,
sino que nos echamos
piedras sobre nuestro
propio tejado
en frases
que no analiza nadie.
Cómo han sido capaces
de asociar el coño
con el aburrimiento,
la desgana y la desidia,
y cómo han hecho justo
lo contrario con las pollitas,
reforzando
el calor superior de las cosas,
los éxitos y lo mejor de lo mejor.
Por eso,
el cómo hablemos
y qué palabras escojamos
será siempre un acto político
y consciente
del rumbo de los significados
y de las consecuencias
a sus destinatarios.
Por eso me lo tomo en serio,
no bajo la guardia
ni la alerta
sabiendo que no partimos
desde el mismo sitio,
sabiendo que la carrera
dura lo mismo
pero que los machotes
se ahorran
unos cuantos kilómetros,
livianos y despojados de cargas.
Que no nos sigan engañando.
Compensar la batalla
pasa por seleccionar
bien las palabras del discurso
para que la arenga
antes del conflicto,
tenga algún tipo de posibilidad
de salir victoriosa.
Sí que son importantes
las formas;
sí que importa el contenido;
sí es importante
dejar de lado
la equidistancia
y el blanqueamiento
porque no debería haber
lugar para el machismo
ni para el racismo,
entre otras.
¿Se me entiende?
Ojalá nos sirva este texto.
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