jueves, 29 de julio de 2021

La pediatra

Las pediatras
de hoy en día
y las pediatras
de ayer entonces.
Hablaré de éstas
últimas
sin el ánimo de generalizar.

Acudimos al 
Centro de Salud
más antiguo del barrio
ya en quiebra
antes de la pandemia.
Otra vez las fiebres
nos hacen transitar
lugares poco amables.
Me atiende
la pediatra suplente
que cubre las vacaciones
de la titular,
sin muchas diferencias humanas
entre ellas,
la verdad sea dicha.
Y digo 'me'
en lugar de 'nos' o 'le',
como si yo
hubiera sido el paciente
y mi hijo,
el único enfermo protagonista,
un mero objeto inerte
que me acompañaba.

Porque eso fue
realmente lo que pasó.
En ningún momento
se dirigió a él
como la persona
menuda y dependiente
que es.
No lo saludó,
tampoco se despidió,
ni siquiera le miró
a los ojos
para establecer
esa confianza
entre profesional y paciente.
Así que me encargué
de darle más explicaciones
a mi hijo
que a la propia doctora.
Le relaté con torpeza,
todo lo que iba
a ir ocurriendo
a través de las inferencias
que iba detectando.
Fue la primera vez
que hice
una exploración médica
sin titulación.
Le inundé con palabras
mientras le escuchaba
el pecho y la espalda;
le revisé con besos
los oídos internos;
me metí en su boca
para mirar su garganta
de cerca.
Y él en silencio,
con los ojos de un perro
muerto de pena.
Así que le dije
que sí necesitaba
el chupete
que se lo pusiera,
que nadie
le iba a arrebatar
la succión
que a veces
le consuela.

Me imaginé
rajándole el cuello
a la pediatra,
mientras mirábamos
cómo se desangraba
lentamente
tal y como
mi hijo y yo,
miraríamos tranquilos
un capítulo de la 
Patrulla Canina
en el sofá.
Nada de lo que enorgullecerse;
ni del contenido de televisión
que elegimos
ni de las pediatras
que nos/le atienden.

Ni siquiera le trató
como si fuese
una almohada,
la cual palpas
y tocas con delicadeza,
incluso pruebas
convencida de sus
efectos positivos.
Más bien le trató
como un paquete de pilas
que no miras
porque sabes
para qué sirve
y cómo funciona,
sin apenas
prestarle atención.

No se me olvidará
cuando me pidió
silencio
a la hora de auscultar
a mi hijo
porque yo, 
un padre profundamente
preocupado y respetuoso,
le describía a su retoño
todo lo que allí
estaba ocurriendo.
Le respondí sin
pedir perdón,
lo importante que
era contarle a mi hijo
lo que estaban
haciendo con su cuerpo
y para qué servía
cada instrumental
feo y horrible
que se estaba utilizando.

Cumplí mis funciones
excepto la de no contenerme
y pegarle cuatro gritos
a aquella pediatra
descuidada y mecanizada.
Descubrí 
que no nos hace falta tanto
unos servicios públicos,
sino un ámbito
más humano
y más cálido.

Me da igual
que seas pediatra,
maestra,
policía,
panadera
o ministra.
La próxima vez
te reviento
y te pongo en tu sitio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario