lunes, 14 de junio de 2021

"Yo no soy el dueño de mis emociones"

La máxima expresión
de esa frase es cuando
se te pone la piel de gallina.
Ese relámpago corporal
que riega eléctrico
todos tus miembros
y te sacude
como el escalofrío
sobre el que no tienes
capacidad de control.

Ese gustillo sin
temperatura definida
que te revuelve
el sentido del tacto
por algún
estimulo exterior,
como una canción,
o uno interior,
como un recuerdo.

La capacidad de emocionarse
en sus términos
más primarios
donde no decides
ni el cuándo,
ni el cómo.
Cuando la arbitrariedad
te regala
una corrida por la calle.
Cuando entendemos
que no hay amos,
sino cuando amas
sin saber muy bien
los motivos
pero haces caso
a lo que sientes.

Accidentes 'corpográficos'
por tus piernas
y tus brazos
porque te has emocionado
y no lo has visto venir.
Y nos empeñamos
en esconderlo,
¿por qué?
Cuando se te ponga
la piel de gallina,
coge a quien
tengas la lado
y dile que te mire,
exígele que te comprenda,
que todavía es posible
emocionarse
ante una flor seca.
Que vea la lágrima
y todo el contenido
que la significa.
Que el relieve rompa
con la uniformidad
de la llanura
y te pierdas,
de vez en cuando,
con el permiso necesario,
por donde te venga en gana.

Yo no soy el dueño
de mis emociones,
pero sí que lo soy
de esconderlas
o gritártelas
a los cuatro vientos.

Nota de autor: título cogido de una canción de Robe de su último disco 'Mayeútica'.

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