y pensar que el mundo
está dentro
y los de fuera
deambulan encerrados.
En cierto sentido es verdad.
Cuando cierras
la puerta de casa
para bajar las escaleras,
empiezas a barruntar
el humo y el ruido
que te atraparán,
como las voces
que consumen la psique
de las personas
con enfermedad mental.
Sales del portal
y ya no hay
refugio que valga.
Comienza la angustia
de soltarse por primera vez
de la rama del árbol
para conseguir el vuelo.
Elegir la zona del río
con menos caudal
para cruzar
a la otra orilla.
El momento justo
de atravesar la carretera
que invade tu campo.
Qué pensarán los conejos,
loas caracoles,
los pájaros,
mirándonos
de abajo hacia arriba.
Con cuántos indecentes
nos chocaremos
por accidente
mientras caminamos.
Cuántas anécdotas
de mierda
llevaremos a casa
por la noche
junto a la barra de pan
bajo el brazo.
Encerrados ahí fuera
como la mejor reconversión
de las sociedades fordistas.
Como los pasos de cebra
que se van borrando
con el tiempo.
Como las aceras levantadas
que se arreglan
cada cuatro años
coincidiendo
con las elecciones.
Encerrados ahí fuera
es tener
un miedo constante.
Provocar sin ser provocado
y esperar,
con suerte,
que no te pase nada malo.
Encerrados ahí fuera
nunca será
como estar encerrados
aquí dentro,
porque es muy posible,
que lo de casa
hayas podido elegirlo,
y si ni siquiera tienes eso,
es que no te queda nada.
Los únicos que no piensan
que los de fuera
estén en encerrados
son los presos y las presas.
Lo que nos une
es la sensación
de que todo,
absolutamente todo,
escapa a nuestro control.
_A Jarocho_
Nota de autor: Un texto de cuyo título no puedo apropiarme XX
No hay comentarios:
Publicar un comentario