de titularidad pública
desde dentro.
Eso es lo que
hemos hecho.
Cuando las paredes hablan
y el techo se expresa,
sabemos que hay
una sensibilidad de equipo,
un compromiso
por seguir apostando fuerte
por la función social,
una mirada colectiva
donde nadie falta
porque nadie sobra.
Las compañeras
lo hicieron
con los pies descalzos
como sostén al titilar
de las estrellas,
buscando el equilibrio
sin ni siquiera
haberse erguido.
Esos agarres de los
que muy pocas
parecen percatarse,
que hacen las veces
de subir y bajar
una montaña.
Las compañeras
lo hicieron
mediante el placer
de alimentarse,
ese momento
lleno de diversidad
que se junta en un
mismo plato.
Donde se tienen
en cuenta
las condiciones
y las demandas.
Coger el cubierto
con autonomía
como si fuera
la antorcha
que alumbra la cueva.
Desde la más íntima
individualidad
hasta la apertura
de pequeñas tribus
compartimentadas,
con el aliño
de un acompañamiento
perfectamente coreografiado.
Las compañeras
lo hicieron
traspasando las fronteras
limitantes de todo
lo que nos asusta.
Descubrieron humildes
el abanico de posibilidades
de los lugares inhóspitos,
fotografiando
la exploración
y la espontaneidad
para exponerlo
a modo de maqueta
en un prestigioso museo.
El impacto de jugar
libremente
nos exige superar las
cuatro paredes
y ellas,
lo consiguieron con creces.
Las compañeras
lo hicieron
construyendo
un barco comunitario,
tejiendo una
vela participativa
para navegar entre
nubes y jardines.
El timón de la solidaridad,
el mástil desde donde
se avista el hogar,
la proa donde se juega
al desequilibrio.
Niñas, niños y adultas
se subieron o no,
dónde tú decides
cómo quieres
surcar el mar.
Las compañeras
lo hicieron
con un material
no estructurado.
Un puñado de tubos
de distintos tamaños
para dar rienda suelta
a la simbología
de nuestras apetencias.
Dejar hacer y
dejarse sorprender
son dos actitudes
íntimamente relacionadas
que sanan el cuerpo,
la mente y el corazón.
Disponer un espacio
con objetos y sentidos
procura la risa
del refugio
en el que todas
nos hemos cobijado
alguna vez.
Las compañeras
lo hicimos
con una acogida
nunca vista
en el exterior,
donde vuelan las mariposas
y crece la hierba.
Un recibimiento digno
de l@s que se sienten
esperad@s
y de l@s que irremediablemente
tienen que despedirse
con toda su pena
en bandeja.
Un sitio abierto,
amplio y acogedor
impregnado de naturaleza
vegetal y humana.
Un lugar pedagógico
en continua evolución
espiralada,
donde, a veces,
retrocedemos
para coger un
mayor impulso.
Lo hicimos con abrigos,
guantes y gorros
y ahora lo hacemos
sin calcetines, con crema
y en pantalón corto.
Las compañeras
lo hicieron
con una paleta de colores
y figuras imposibles.
Inundando el taller
de presencia
desde la distancia
y la confianza
de saberse que
no estaban sol@s.
Retales de lienzo,
atrevidos pinceles
y un agua teñida
de expresionismo
con el poder
de la palabra
y la mirada extasiada
de todos los sucesos
acontecidos.
Aquél día,
todas presentamos
nuestras documentaciones
habiendo sido
la primera vez,
y nos fuimos puntuales
sabiendo que había
merecido la pena
pese a lo que se diga
de las primeras veces.
_ Al equipo de la E.I. Las Nubes_