adolescentes
y movíamos el mundo
con nuestros ideales
por la mañana,
mientras que
por la noche
inundábamos la cama
de lágrimas.
Nos metíamos
en las carreras
pensando en que
lo íbamos
a cambiar todo
hasta que llegaba
el segundo cuatrimestre.
Llegábamos a nuestros
primeros trabajos cualificados
con determinación
para paliar sus carencias
hasta que a base
de disgustos
nos arraigábamos
como parásitos.
Yo, idealista,
es casi una
etapa biológica que,
como toda etapa,
se acaba.
La cuestión es
si salimos mejores
o previsiblemente
alienados.
Del idealismo mágico
pasamos
al realismo lúgubre,
y es justo ahí,
donde una serie
de mecanismos
luchando a muerte,
concluirán
hacia dónde vamos
y quiénes seremos.
Partir del Yo
para diferenciarnos
de Ellos
sin tener en cuenta
el Nosotras...
mal asunto.
Ya desde casa,
generalmente,
te sesgarán
los términos
de tus ideas
con la rigidez
con la que recibes
el mensaje
de que dibujas mal.
Por eso el idealismo
surge en la adolescencia,
porque te crees invencible
fuera de los márgenes
de tod@s l@s que te rodean
y al mismo tiempo
te callas
que necesitas
a alguien a tu lado.
El concepto romántico
de materializar
todas tus ideas,
conlleva mucha
frustración debido
a la facilidad
para el fracaso.
Pese a ello,
seguir intentándolo
mientras madura
el adjetivo
que te acompaña,
es de una coherencia
máxima al alcance
de muy pocas.
Estar en la treintena
y defender
tus viejos sueños
como quien protege
a sus cachorr@s
de ser devorad@s
por los carroñeros,
sigue siendo ley
en esto
de la memoria histórica.
Yo, idealista,
no es una web
donde buscar piso,
yo, idealista,
es evocar
los recuerdos
que conseguían
levantarme de la cama
con catorce años,
para ahora
con treinta y pico,
tocarlos con
con las puntas de mis dedos.
_A Gala_
Nota de autor: Un texto de cuyo título no puedo apropiarme XIX