en el que ya quiere
ir caminando,
o andando como dice ella,
a todos los sitios.
Es lo que tiene patearse el barrio
desde bien pequeñ@s,
que si bien es asumible,
a veces resulta inabarcable
por ciertas limitaciones
como el carro.
Ir por el filo
son la metáfora y literatura
perfecta de asumir riesgos
para los que una se siente preparada.
Con una simple pauta
que tiene que ver
con un límite normativo,
tiene las condiciones necesarias
para jugar entre los márgenes
sin sobrepasar ninguna línea roja.
Pues eso,
asumir tu papel
teniendo la situación
bajo control
y el rabillo del ojo
puesto es tu referente,
porque siempre cabe
la posibilidad de fallar
o de sentirte insegura.
Desde muy pequeñ@s
comienzan a asumir riesgos,
más o menos conscientes
a modo de reto o prueba personal.
Pensar en una situación concreta.
Por ejemplo la de caminar
por el borde de la acera,
justo por la estrechez
de lo que separa la zona segura
de la peligrosa.
Poner en juego tus capacidades
de equilibrista,
con toda la cognición
puesta al servicio del acto
y darte cuenta de que funciona,
de que sirves para la tarea
que te has autoimpuesto.
Mientras tanto,
el ave rapaz que mira
desde la altitud de la rama,
confía plenamente
en cada paso que das,
asumiendo que el más
mínimo error
puede conducir
a la adversidad de lo que desconocemos.
Incluso así,
sigue habiendo margen de mejora
dentro de una seguridad
que se controla desde la distancia.
Funciona, casi siempre funciona.
La adrenalina de asumir riesgos
seduce a la expectativa
de intentarlo por todos los medios.
Estás segura que hay más
que ganar que perder,
especialmente cuando sientes
que tengan dado la oportunidad
de demostrarlo.
Nos pasa a l@s mayores
cuando nos la jugamos
con la respuesta del examen,
cuando decidimos hacer
esa llamada
pese a las posibles consecuencias
o cuando te dan el permiso necesario
para dar la mano
y saber que,
o se acaba el mundo,
o ya no contemplarás jamás
otras manos.
Todo el mundo tiene derecho
a ir por el filo,
probar y equivocarse,
reinventarse y tirar pa'lante.
Sentir el aire en la cara
mientras los cincos sentidos
están puestos en dar pasos desafiantes.
Porque hay que desafiar,
hay que poner a prueba
a todo poder al que te veas sometida,
hay que confrontar de cara,
con todas las palabras
y toda la intención
llenándote el pecho.
Ojalá más peña caminando
por el filo
que peña sentada
esperando a no sé qué.
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