menos ciudades.
Ciudades más sostenibles
y menos contaminantes,
pero los semáforos para cruzar
cada vez duran menos,
porque pareciera que la ciudades
estuvieran diseñadas
para el ejército ingente de vehículos.
Ciudades recipientes de ruido.
Ruido por todas partes.
No hay árboles
donde esconderse,
ni hierba donde
encontrar alivio.
Hasta las monitoras de patio
utilizan un silbato,
con su desagradable ruido,
para llamar la atención
de l@s niñ@s.
Los nombres propios caerán
en el olvido.
Llegaremos a comunicarnos
con humos y silbidos.
Las palabras perderán
su poder y su influencia
a favor de los sonidos
metálicos e industriales.
No será tan mala noticia
perder el sentido del oído,
porque la actitud de escucha
la perdimos hace mucho.
Ni siquiera el agua
reduce el daño.
Agua tóxica
desde la nube contaminada.
Agua de lluvia que a partir de ahora
ya no se considera potable.
Hasta lo bebible
lo hemos convertido
en inservible.
Y da igual la hora,
siempre hay ruido.
El confinamiento nos dio
un respiro en ese sentido.
Todo se volvió
un mar en calma
para recuperar los sonidos.
El ambiente natural de las montañas
impregnó el asfalto y el cobre.
Fueron buenos tiempos
para recuperar el oído.
Ya no hay paseos sin intromisiones,
ni conversaciones sin interferencias.
Una especie de enfermedad mental
urbana de voces paranoicas
y sensaciones persecutorias.
Ruido, ruido, ruido.
Ruido en todas partes.
Ruido por todas partes.
Insoportable el ruido.
A veces lo dejaría todo
para irme al campo
a escuchar el río,
a los pájaros,
al viento.
Pero luego no me atrevo.
¿En qué tipo de sitios
estamos criando a nuestr@s hij@s?
Lógico que no te contesten
cuando les hablas,
están hasta arriba de ruido,
sord@s para simplificar el ruido,
para que no duela tanto,
para que no te deje
gilipollas perdido.
Por eso odio
a la gente que grita,
por ser aliada de mi peor enemigo.
No vale de nada
ventilar las casas
abriendo las ventanas.
Ciudades de señales
ópticas y acústicas.
Ciudades en las que nadie
respeta el color ámbar.
Ciudades llenas de negacionistas
con alma robótica.
Las ciudades empeoran
la calidad de vida,
pero no tengo el arrojo
suficiente como para marcharme.
Es increíble
que tengamos que hacer
excursiones
de kilómetros y kilómetros
para ver una sola estrella,
y para escuchar el grillo,
y para sentir el latido.
Estás follando
y sólo escuchas bufidos
de coches en una rotonda.
La ciudades no paran.
Las ciudades no son amigas.
Las ciudades van a acabar
con nosotras.
¿Quién confronta a las ciudades?
Sobresaltos y puntapiés
durante la siesta mañanera
de un bebé,
como la gota intermitente
que te cae sobre el cráneo
hasta hacerte un agujero
y desear morirte.
Ni agudo ni grave,
prefiero las acneas y los ronquidos.
Sonidos naturales.
De verdad que no lo aguanto más,
¿hay alguien más
le pasa lo mismo,
o soy el único loco
en medio de tanto ruido?
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