jueves, 29 de septiembre de 2022

La balada de Sevilla (Este)

Nos cogemos vacaciones
en septiembre a las bravas,
como hacíamos hace años
con la llegada del buen tiempo,
la baja temporada
y la soledad de los viajes.
Madrid-Sevilla
saliendo a las 13.00 del cole
y llegando a la humedad
del río navegable a las 18.00,
haciendo una parada técnica.
Fuimos a la Sevilla monumental,
a la de mis prim@s y mis tit@s,
referencial y modélica
en todos los sentidos.

La ciudad que casi
nos mata en Semana Santa,
a la que acudimos
a un concierto
de polígono industrial,
en la que paramos
a recoger unas llaves
camino a la playa
y en la que ahora
nos regocijamos con salero
al lado de nuestr@s cachorr@s.
Y allí seguía Tori,
un bodeguero mezcla de podenco
que nos recibía
con los mismos ladridos
de alegría de siempre
a través de la verja
negra y metálica,
porque sí,
en la familia tenemos
a alguien que trabaja
poniendo puertas de acceso
hacia la felicidad,
el Tito Jose.

También estaba
mi Tita Manoli,
con la ventana de la cocina abierta
mezclando el olor a guiso
con el de naranjo y azahar.
En la calle Tokio
también vive
mi prima Alba,
tan guapa, lista y fuerte,
con sus mil disfraces
para seguir haciéndose
hueco en una vida
que muchas veces
no se lo ha puesto fácil.
Y por último
mi primo Miguel Ángel,
que vino un poquito más tarde
desde Málaga
para montarnos en su lomo
sin artificios ni ornamentos,
con la sensibilidad
de un animal salvaje e indomable.

Es mi familia por parte de madre
más alejada de la Meseta,
con la que siempre
tenía oportunidad de soñar
en Semana Santa, en verano y en Navidad.
Por una vez
fuimos nosotras
las que bajamos al sur
para vaciarnos
y desahogarnos
de todos los males,
junto a l@s "duendes"
que me corresponden
por sangre heredara.
Todo empezó en Villanueva,
en pueblo que no visito nada
pero que es el origen
del esparcimiento
del apellido Vacas,
parte de mi pseudónimo creativo.

Allí que nos vemos
a más de 30 grados,
pero con unos abrazos lapa
que bien no nos molestaban.
Una casa de infinitas plantas
para jugar al escondite,
con plena convivencia entre
el salón y la cocina,
y un garaje-porche para 
los pitis clandestinos.
Unas comandas
para las comidas y las cenas
donde saldamos cuentas pendientes y
del tiempo que 
no habíamos tenido.

De ahí al centro,
en autobuses generalmente articulados,
para llegar a una estructura
con forma de seta gigante
que en su día
rompió con la estética
monumental del casco histórico.
Y como todo lo polémico,
con el tiempo,
te lo comes con patatas
y hasta le llegas a coger el gustillo.
Por calles comerciales
llegamos hasta la Giralda,
cuya altura no puede
ser superada
por ningún otro edificio.
No subimos
por su precio agónico
y por su impuesto religioso,
ya que por fuera,
te colmas lo suficiente al verla.

La Plaza de España,
la plaza más bonita
del estado español.
Buscando el banco
de Madrid,
nos vimos inmersas
en un espectáculo de flamenco,
donde l@s niñ@s
se olvidaros de sus pamadres
durante unos minutos
para inmiscuirse en
el mundo del canto jondo
y las bailaoras.
Sus pestañas palmeaban
al ritmo
y sus sonrisas taconeban
con fuerza,
qué cosa más bonita, y olé.
El Parque de María Luisa
y sus laberínticos caminos,
explorando y navegando
entre millones de hojas
y olores diversos.
Hicieron de exploradores
y exploradoras
en aquella tundra de cuento
con fuentes, lagos y aves.

He hicimos lo propio
en aquel majestuoso
barco pirata en
la calle Torneo,
a la orilla del río.
Capitanes y capitanas
por todas partes,
patrones y patronas
sin ánimo de explotación,
grumetes y griterío,
¡carajo! que no se diga.
Bajamos a la Torre del oro,
dispuesta y reluciente,
pero el tesoro estaba por fuera,
bien lo sabe mi cámara,
para acabar comiendo de tapas,
desde los pies a la cabeza,
recorriendo cada gramo
de nuestros cuerpos
que se conocen
desde hace casi
dieciocho años.

Y paseamos 
por el Barrio de Santa Cruz,
mi barrio no escrito
de callejuelas, aromas y música,
desembocando en un café
que nos permitió vencer
lejos de casa,
con la familia,
con amig@s
que bien podrían
ser aquell@s
como los que se conocen en verano.
Todo muy platónico,
sin astas de toro,
porque los nuestros
viven en el campo
junto a caballos
que no tiran de carros,
sino de estrellas.
Como Triana,
la misma que montó vuestro papá 
hace tanto
y que ahora montáis
vosotr@s
rememorando
amores adolescentes.

Porque os enseñaremos
todo lo que ya hemos visto,
y descubriremos juntas
lo que nos queda por conocer,
y esperamos pacientes
a que seáis vosotr@s
l@s que nos llevéis
de la mano
a sitios inverosímiles,
tan bellos como 
los que os damos ahora,
pero con las riendas delegadas
en vuestra madurez, magia y compromiso.
El férreo compromiso
de tenernos y mantenernos,
y el de ignorar
todo lo que os falta por enseñarnos,
porque esto solo pasa una vez,
mientras sois niñ@s,
y os vamos a demostrar
que es estar a la altura
de las circunstancias.

Sevilla de primas y primos,
de titas y titos,
de Tori y Triana,
mi pan tostado,
mi salpicón aliñado,
mi salmorejo robado,
mis ajos asados.
Mi Sevilla atea
de iglesias cerradas
y ferias animalistas,
mis modelos
en aquel 3 de marzo.
Cada vez más mayores
y respletos de regalos.
Os debemos una visita al año,
qué menos depositar
nuestros esfuerzos
en el fantástico reencuentro
de disfrutarnos.

_A mi prima Alba, mi primo Miguel Ángel,
mi Tita Manoli, mi Tito Jose,
y como no, a todas las integrantes
de La Mariana _



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