jueves, 8 de septiembre de 2022

Te miro y pienso

Te miro y pienso
en todo lo que te debo,
en las veces que me he equivocado,
en el tiempo que me queda
para seguir viéndote
desde esta postura.
Te miro y pienso
en lo pequeño que eres
y en todo lo que llevas,
en todo lo que te cabe,
pienso en cuando ya
no seas tan pequeño
y me pregunto 
qué miraré entonces.

Te miro y pienso
en nuestra dependencia,
en tu independencia,
en las condiciones del mañana
y en las cosas
que sé, no van a volver.
Porque mientras te miro
todo evoluciona, todo cambia
y tú no vas a ser menos.
Y no puedo evitar sentir
pena y añoranza
por cuando esto desaparezca,
desde el más estricto egoísmo paterno,
desde las ganas de parar el tiempo
indefinidamente.
Pero eso no puedo dártelo.
Así que me encomiendo
a que mientras dure esto,
sientas el calor de mi fuego,
la fuerza de mi pasión
y la buena voluntad de mis deseos.

Te miro, pienso y saboreo
cada momento
como si fuera la última
cucharada del postre,
la levedad de tu ser
y el peso de todo lo que arrastras.
Te miro y pienso, hijo mío,
como si no tuviera
que hacer más más en la vida.
Me da igual que no
lo entiendan el resto
mientras tú, de adulto,
leas esto con tu hij@ en brazos,
si l@ tienes,
y comprendas el significado
de estas palabras.

Te miro y pienso
y no quiero que se acabe el mundo,
no quiero creer en la muerte
ni en el paso del tiempo.
Te pienso y te miro
como el digno estudio
más importante de mi carrera,
como la memoria intacta
de la mejor de las historiadoras,
como la era helada
que deja todo inmóvil,
todo en su sitio,
como estaba,
sin cambios ni razones humanas,
solo emoción desbordada
y sentimientos eternos.

Te miro y pienso y tiemblo
al imaginarme ceniza y hueso
a tu lado,
la carta de amor
más bonita
jamás escrita.
Te miro, te pienso y te quiero
hasta el colapso,
hasta que choquen los planetas
y ya no seamos nada,
solo un recuerdo legítimo
de lo que un día,
durante toda mi vida,
sentí por ti.

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