le gusta que le escuchen.
El problema es
con qué propósito lo hacen.
Las ganas de llenar un espacio
que siempre sientes
que está vacío,
hagas lo que hagas.
Así que te rodeas
de un grupo de orejas
que puedan hacer el esfuerzo
de acogerte en silencio
y activamente.
El reto se confronta
en respetar los turnos,
en que exista una estructura
que te conduzca a alguna parte,
en que haya una actitud de escucha,
recoger los pedazos
y recomponerlos juntas.
La demanda vital
de reconocerte en el otro
a través de tus palabras
porque suenan distintas
que si te las dices mirándote
al espejo.
Y lo entiendo.
Comprendo esa necesidad
aunque personalmente
la practique bien poco.
Me siento más cómodo
y útil
en la posición
del que está enfrente,
montando las piezas de puzzle
que necesitan con urgencia
otra mirada
que comparta
un relato con muchas patas.
Me gusta la gente
que habla mucho;
pero más admiro
a la gente que habla mucho
cuando hacen preguntas
o buscan respuestas,
o simplemente algo de complicidad.
Porque también están
los que hablan demasiado
y solo les gusta escucharse,
ésos,
no merecen mi atención.
Quienes busquen alianzas
desde un plano en contrapicado
que no cuenten conmigo.
Quienes utilicen imperativos
y frases subordinadas
que no cuenten conmigo.
Quienes hablen y no miren
a la cara
que no cuenten conmigo.
En definitiva,
quienes quieran contar cosas
que las cuenten,
es un derecho,
pero quien las escuche
y ahí reside la difícil tarea,
que esté a la altura
de todas las habilidades sociales
y de toda la teoría de la comunicación.
Yo prefiero escuchar
hasta que vea el hueco,
si es que existe,
para meter la parte
en la que solo se escucharía
mi voz,
mis palabras,
todo lo que tengo pendiente
de contarte.
Recuerden,
a la gente no le gusta hablar,
en última instancia,
le gusta que la escuchen,
y hay que estar preparada
tanto para una cosa
como para la otra.
Hablen,
pero sobre todo,
escuchen.
Nos iría un poquito mejor.
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