Estábamos en la zona habilitada
dentro del autobús,
justo donde se encuentra
el botón con
el símbolo del carrito
que tanto le gusta presionar.
A nuestro lado,
en la puerta de salida,
una pareja joven
despojada de intimidaciones
por miradas ajenas.
Agachado y de cuclillas,
le miraba
mientras él
me obviaba
obnubilado
con las pasiones,
que se creen,
nunca se van a acabar.
Interrumpiendo
cualquier pensamiento adulto
grita:"Papáááááááá",
señalando al chico.
A continuación,
con gesto abierto,
infiero que me pide
acercamiento
para tocarme la cabeza;
un repaso antológico
que deja huella
en todo mi cuerpo.
Le expliqué
que aquel chico
no era su papá,
pero él insistía,
hasta que le miré
y entendí
la relación
(por alusiones).
El chico tenía
el pelo rapado
y estaba haciendo referencia
a que era como su papá.
Me rebajé,
sonreí
y me acordé
de todos los que insistían
en que no tiene lenguaje
(os reviento).
Ya no es tanto
lo que se dice,
sujeto a múltiples
interpretaciones,
sino cómo se dice
y a sus intenciones.
Otra lección
para los supuestos
ilustrados.
La pareja se rió
porque entendieron
rápidamente
lo que allí había ocurrido.
Yo me mantuve
en silencio
porque allí no hacía falta
decir nada
(cuando las palabras sobran).
Estimuladas
y cada una
con sus motivaciones,
el autobús recorría
la larga calle principal.
Él siguió mirándoles,
provocando,
reclamando atención.
Y yo,
seguí aprendiéndole
sin pausa y sin prisa.
Hasta que dijo: "Muaaaakkkk".
La pareja se estaba besando.
Pensé en el primer
beso de amor
que darás
e intenté imaginarme
a la persona
que lo recibiría.
Creces y sé
que un día
no lo compartiré
todo contigo.
Hasta entonces,
agárrate fuerte.
Te sentirás solo,
pero hasta el día
que me muera,
en realidad,
no lo estarás.
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