me duele la mano.
No es ese tipo
de dolor que cansa,
que aburre.
Es el de la vergüenza
y el arrepentimiento.
Mucho más simbólico
que un tatuaje.
Las heridas
son memoria.
Pistas para no olvidar.
Son marcas
que me acompañarán siempre.
La mano derecha.
La mala.
Sin zurdas intenciones.
La llamada
que nunca
debí hacer
por la que acudieron
desconocidos
de uniforme.
Cristales rotos.
La aguja rompiendo la piel.
El hilo juntando la piel.
Sin anestesia
y con preguntas
impertinentes.
Por turnos,
nos curaron las manos.
No había huevos
a mirarse a la cara.
Un padre humillado.
Sus cachorros perdidos.
Ropa manchada de sangre.
Corazones desangrados.
El caos de la hermandad.
Y analgésicos
que no tienen efectos.
Ocho puntos de sutura
irregulares.
Nos olvidamos
del significado
de volver a casa
y de lo que implica
ser familia.
Destruidos por un instante
de locura,
o eso creíamos.
Menos mal
que la vida pasa
y el tiempo lo cura todo,
o casi todo.
Un pasado de reproches
y cenas en solitario.
Escuchando voces
tan realistas
como imaginarias.
Donde se confunden
los deseos y los sueños.
Donde la rabia dirige tus días.
Donde ser el mayor
es tu mayor
de los fracasos.
Cuando te creías
invencible
viviendo lejos de todos
y cerca de nada.
Nadie debería sentirse tan solo.
Ni yo, ni nadie.
Ni él.
Porque la culpa
es un invento
religioso
que nos ha hecho
más frágiles.
Porque las ventanas
son solo eso,
ventanas.
Cosas reemplazables.
Caer y levantarse.
Convencido por completo
que en eso consistía
madurar.
Y es mentira.
Es otro engaño sibilino
para justificar
mirar hacia otro lado.
La salida fácil
entre cuatro paredes
sin llaves
que abran o cierren
las oportunidades
llegar,
o quedarse,
o enterrarse.
La mano me duele
con cada cambio
de estación,
siendo las de más frío
las que torturan
el perdón.
La pus
que arrastro.
La infección
que mantengo.
El dolor simbólico
del recuerdo
hasta que esté muerto.
La mano
es lo que más
me duele
en este primer tercio
del tránsito.
Y no creo que nunca
se vea superado.
Mi costra
que no pica,
perpetua,
la que no arranco.
Porque jamás
podré desprenderme
de algo tan despiadado.
Esa es mi pena,
mi castigo
y mi pecado.
Ahora,
también te digo,
mano,
gracias por haberme
conducido
a tu lado,
porque a día de hoy,
sigo teniendo
a mi hermano.
Estamos curados.
Besos rizados.
Porque aquel 3 de Marzo,
empecé por donde
tenía que empezar.
Te lo debía.
Ese fue mi regalo.
Espero que me hayas perdonado.
_A mi hermano de sangre, Juanpe_
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