domingo, 16 de febrero de 2020

El parque a las 16.25

Solemos ir al
segundo parque
más cercano
de casa.
Cuando llegamos,
épico y solitario,
parece que nos
estuviera esperando,
pero hoy no quiero
hablar de eso.

A eso de las 16.25
empiezan a llegar
hordas de niños y niñas
en su gran mayoría
de uniforme diocesano.
Mientras el parque
se llena de contenido,
su perímetro
se arma hasta los dientes
de adultos y adultas
que sujetan 
mochilas y abrigos.
Y meriendas 
que van y vienen;
y mordidas
que vienen y van.
Mientras l@s mayores
tiran sus pitis
en el foso,
l@s pequeñ@s
se olvidan
sus envoltorios
de bollería industrial
en el arenero.
De tal palo tal astilla
que dirían.

Claro,
entender el parque
como un parking
donde guardar tu coche,
es entenderlo
como un espacio público
del que se encargan
o mantienen
entes celestiales
para que yo me despreocupe.
Solo nos faltaba eso,
cámaras de seguridad
y animadoras socioculturales.

- Pero solo 10 minutos
que nos tenemos que ir
a la extraescolar-.
Ni que l@s niñ@s
entendieran de minutos,
gilipollas.
El típico desenfreno
después de ocho horas
de clase
para luego volver
a una actividad
no reglada
de muchos euros al mes.

El parque como
campo de batalla
con espectadores
despistados alrededor.
Aunque la contraposición
sería el circo romano
donde el pueblo
pide sangre
en el albero.
¿Sabíais que los parque urbanos
se rigen por una normativa
de requisitos europea?
Nadie lo sabe;
a nadie le importa.

Un tipo de juego
sin una supervisión
atenta a todo
lo que tienen 
que expresar,
a todo lo que tienen
que enseñarnos.
Si no hubieran
columpios
nos molestarían menos.
Eso si,
cuando nos ponemos
manos a la obra
no hay quien
deje hacer,
por lo tanto
no les dejamos empezar
y por consiguiente,
terminar.

Hasta que pueda
y hasta donde sepa,
estaré a tu altura
de las circunstancias
que me reclamen
y con la mirada
que te mereces.

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