no significa más
que un máster
en parques.
Recuerdos
del día anterior
sacudidos en
una papelera
cualquiera.
La memoria
de una tarde épica
de encuentros,
tesoros
y meriendas.
Un pasado
de altura
y pendiente
pronunciada.
El balanceo
con las manos
fuertemente agarradas.
Ir y venir
mientras
se llenan los zapatos
de un peso emocionante.
Incómodo
al andar si,
pero perfectamente
orquestado
con el crujir
de las hojas.
Edades de todos los tipos
y tamaños.
Y acompañamientos
más vinculados
o en su defecto
más dispersos.
También la risa.
La risa con chinas
entre los dedos.
La aventura
de las rodillas magulladas.
La diversión
de los churretes en la cara.
Agujeros en los calcetines
por donde se cuela
algún conflicto.
Y capuchas en sus sitio
para que no nos
piten los oídos
por un sol en huida.
El ruido de los coches
desvirtúa
un pequeño oasis
en medio de la urbe
y la mierda de los parques
sacan a la luz
las vergüenzas
de los adultos.
Cuando la arena rebosa
nos marca la hora
de la partida.
Recogemos los objetos
y el corazón
para llevárnoslos
a otra parte
y caminamos extasiadas
a casa sabiendo
que hemos vuelto a vencer.
Como dije al principio,
cuando sacudimos
la arena de los zapatos
en una papelera cualquiera,
nos vienen a la mente
todas las tardes
de parques y victorias.
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