Llegué a la cita
de lugares poco
amables
con tiempo
sobrado,
un superávit
de minutos
que no hacían más
que sumar
al tiempo
de espera.
La gente
en la calle
pedía la vez
como si se
tratase
de un mercado
de barrio
en que aguardar
su turno.
Dicho comercio,
perteneciente
al ministerio
del interior,
apagado
por dentro,
afeado
y desclasado
por fuera.
El motivo
del relato
es que mientras
los civiles
esperaban
a ser gestionados,
llegaban
nuevos civiles
que sin mala
intención
y por desconocimiento,
entraban
sin preguntar
hasta que
alguien
les avisaban
a respetar
el orden.
En una de éstas,
fui yo
quien llamó
la atención
de dos civiles
para informarles,
cuando me dijeron
seguros y orgullosos:
- Somos policías-.
pasando sin
mirar atrás
a lo que
era su casa.
Callé y pensé
en el significado
que conllevaba
decir aquella
frase
y concluí
colmado
en la suerte
que tenía,
por agravio
comparativo,
por yo,
poder decir:
- Pues yo soy profe-.
Me di cuenta
de lo afortunado
que era
al poder
agenciarme
libremente
y sin prejuicios
aquella profesión.
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